domingo, 30 de noviembre de 2008

El sabor agridulce de los recuerdos de posguerra.

La lectura de Todo Paracuellos (que, por cierto, se hace bien ligera) tiene unas consecuencias bien extrañas en el espíritu. Se trata de una de esas historias que dejan un cierto sabor agridulce en el paladar. Nos hace reír y llorar a ratos, mientras que en otros momentos no nos queda más remedio que bajar el libro y entregarnos a una apesadumbrada reflexión sobre el oscurantismo que se apoderó de nuestro país durante la inmediata posguerra. Los ojos de los niños son en realidad sobrecogedores en ocasiones. Limitados como estamos a transcribir únicamente el texto de los diálogos, seguramente no podré ni sabré transmitir la enorme carga de nostalgia, sufrimiento y amargura que encierran estas páginas. Basten unas pinceladas para que el lector pueda hacerse una somera idea. He aquí, por ejemplo, una conversación entre dos chavales del "hogar":
— Anoche mi padre me contó que se ha vuelto a casar con... otra mujer que yo no conozco... y tiene hijos con ella. Dos niñas y un niño.
— ¿Y esos también están en los hogares?
— No, esos no. Esos viven con mi padre y la mujer de mi padre en nuestra casa de Madrid. Mira, mejor... así cuando mi padre me saque tendré con quién jugar.

(Giménez: pp. 490-491)

Ni que decir tiene que el padre, pese a todas las promesas, nunca le saca del "hogar". Y nosotros lo sabemos de sobra, lo cual no hace sino añadir mayor tristeza al diálogo. El padre es un falangista sinvergüenza, un vividor que se aprovecha de haber terminado la guerra en el bando de los vencedores para acostarse con el mayor número posible de mujeres y abandonar a su hijo en el orfanato. Eso sí, el mismo hijo se lo ve venir, como queda claro en este otro diálogo de los dos mismos caracteres:
— ¡Qué bien lo estamos pasando! ¿Eh, Hormiga?
— ¡Fenómeno! Pablito... ¿tú tienes padre?
— No, sólo madre.
— ¿Tu madre, cuando entra en una tienda, dice "Arriba España"?
— No sé. Mi madre no entra en ninguna tienda. Está enferma en un sanatorio.
— Es que mi padre, cuando entra en algún sitio, dice "¡Arriba España!" Todo el mundo dice "buenos días" y él "¡Arriba España!"... y lo dice como gritando. ¡Y me da una vergüenza...!
— Lo hará para llamar la atención, para hacerse el chulito...
— ¡Eso es lo que me da vergüenza! A veces le contestan mal. Cuando fuimos a hacernos la foto, había un señor en la tienda que le dijo: "¡menos gritos, milagritos!"
— ¡Ja, ja, ja...! "¡Menos gritos, milagritos!" ¡Qué risa...!

(Giménez: pp. 582-583)

El libro entero está repleto de historias enternecedoras y, al mismo tiempo, afiladas, desgarradoras, ácidas. Debe haber pocas obras que reflejen tan bien el ambiente de la posguerra española. Lo recomiendo encarecidamente. Todo Paracuellos es, sin lugar a dudas, una de las obras maestras del comic español.

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