miércoles, 9 de diciembre de 2009

Contra el socialismo en un solo país.

A las críticas que ya he lanzado contra Trotsky en este campo, cabría añadir ahora la siguiente cita:
El programa efectivo de un Estado obrero aislado no se puede proponer por fin "independizarse" de la economía mundial, ni mucho menos edificar "en brevísimo plazo" una sociedad socialista nacional. Su objetivo no puede consistir en obtener el ritmo abstractamente máximo, el ritmo óptimo, es decir, el mejor, sino aquel que se desprenda de las condiciones económicas internas e internacionales, ritmo que consolidará la posición del proletariado, preparará los elementos nacionales para la sociedad socialista internacional del mañana, y a la par y sobre todo, elevará sistemáticamente el nivel de vida de la clase obrera, robusteciendo su alianza con las masas no explotadoras del campo. Y esta perspectiva debe regir íntegra durante toda la etapa preparatoria, esto es, hasta que la revolución triunfe en los países más avanzados y venga a sacar a la Unión Soviética del aislamiento en que hoy se halla.

(León Trotsky: p. 46)

Se trata, una vez más de una retórica intachable que, sin embargo, tiene más bien poco contenido. Trotsky critica frontalmente el concepto de socialismo en un solo país, cierto. Habla de la revolución socialista mundial como el objetivo, también cierto. Pero lo que no acierta a responder es cómo pueden actuar los gobernantes soviéticos desde la realidad histórica que les tocó vivir. Adviértase, en este sentido, la etérea descripción que hace Trotsky del camino a seguir: alcanzar e imponer el "ritmo que consolidará la posición del proletariado, preparará los elementos nacionales para la sociedad socialista internacional del mañana, y a la par y sobre todo, elevará sistemáticamente el nivel de vida de la clase obrera, robusteciendo su alianza con las masas no explotadoras del campo". ¿Y qué significa exactamente toda esta palabrería? ¿Qué medidas concretas defiende para marcar esa línea? ¿En qué demonios consiste el "ritmo que consolidará la posición del proletariado"? ¿En elevar el nivel de vida de la clase obrera, quizá, como dice a continuación? ¿Y no es eso acaso lo que quiso hacer el régimen soviético, por más que fracasara estrepitosamente en el intento?

Para concluir, que uno no acierta a ver en Trotsky y sus propuestas alternativa seria alguna al fracaso calamitoso que acabó por suponer el comunismo soviético. A lo mejor, en lugar de mirar a otras corrientes comunistas para ver si traen la salvación a su crisis actual, los comunistas harían mejor en reconsiderar sus planteamientos desde cero. A mí, desde luego, me parece mucho más lógico y sensato.

martes, 8 de diciembre de 2009

Concepto central de la revolución permanente.

He aquí el concepto central del libro:
La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialistas, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialita de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.

El segundo aspecto de la teoría caracterizaba ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinidad y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas "pacíficas". Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.

El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político de carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética. Sin embargo, con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxitos. De continuar aislado, el Estado proletario caería, más tarde o más temprano, víctima de dichas contradicciones. Su salvación está únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países más progresivos. Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente.

Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional. La conquista del poder dentro de las fronteras nacionales es para ellos, en el fondo, no el acto inicial, sino la etapa final de la revolución: después, se abre un período de reformas que conducen a la sociedad socialista nacional.

(León Trotsky: pp. 59-61)

Se hace necesaria una aclaración con respecto al primer punto, pues el concepto marxista de dictadura del proletariado ha sido a menudo entendido incorrectamente como equivalente a un régimen autoritario o dictatorial. Tiene poco de extraño que se haya dado tal equivocación, por otro lado, pues no hemos conocido históricamente ninguna dictadura del proletariado que no haya tenido dicho carácter, dicho sea de paso. Pero, en cualquier caso, el concepto de dictadura del proletariado definido por Marx conectaba directamente con el significado del vocablo dictadura en la Edad Antigua y no implicaba la imposición de una dictadura de partido (piénsese en la Roma clásica, y no en el moderno Estado totalitario). En otras palabras, Marx concebía la democracia burguesa como un régimen que, en realidad, no permite su propia transformación, se cuente o no con el apoyo democrático de la mayoría. Esto es así debido al hecho de que representa la forma política de Estado que mejor se adapta a los intereses económicos de la burguesía. Pues bien, frente a ello, Marx pensaba que el proletariado vendría a instaurar un régimen similar. Se trata, pues, de una dictadura económica, más que política o social, de la misma forma que la democracia representativa contemporánea también nos impone el sistema capitalista (retocado o no, mixto o no, pero sistema capitalista al fin y al cabo) como realidad económica imperante.

Habría también que recordar, con respecto a este primer aspecto del concepto de revolución permanente, que en el periodo de postguerra (esto es, tras la Segunda Guerra Mundial) no fueron pocos los países colonizados que alcanzaron su independencia aplicando una estrategia similar a la definida por Trotsky en esta obra: saltando por encima del periodo de democracia burguesa prolongada e instaurando directamente la dictadura del proletariado. Todos sabemos ya cómo acabaron dichos experimentos.

Con respecto al segundo punto (esto es, el carácter permanente de la revolución y sus transformaciones), se trata de algo que Mao trató de poner en práctica cuando lanzó su Revolución Cultural en los años sesenta y que, de hecho, se convirtió durante un tiempo en elemento central del maoísmo. No son pocos quienes aún afirman desde la izquierda revolucionaria que idea contiene de hecho la receta fundamental contra la burocratización del Estado y, en último término, la traición a la revolución misma que se dio en la URSS. Y, sin embargo, el hecho de que dicha estrategia fracasara allí donde se ha intentado aplicar (España durante la Guerra Civil gracias al apoyo del POUM y los anarquistas, empeñados en llevar adelante su "revolución en la revolución" o, como decíamos, el maoísmo chino durante los años sesenta) ya debiera darnos qué pensar. La fe trotskista en una revolución que se produce de forma continua hasta que acaba de extenderse por todo el planeta, conduciendo al triunfo final del socialismo, suena precisamente a eso: pura fe.

Y tenemos, por último, el tercer punto (el del carácter internacional de la revolución), íntimamente ligado al segundo, por supuesto. Aquí no queda más remedio que reconocerle a Trotsky el mérito de ser consecuente con las ideas de Marx, quien jamás imaginó la posibilidad de que el socialismo pudiera llegar a implantarse en un solo país. Sin embargo, tampoco es menos cierto que es bien fácil mantener dicha posición cuando no se tienen responsabilidades políticas al frente de un Estado como el soviético, donde ha triunfado aparentemente la revolución obrera y, sin embargo, fracasados los movimientos subversivos que se dieron en 1918 en países como Alemania o Hungría, se ha hecho bien patente la imposibilidad de extenderla a los países de su entorno. ¿Qué hacer entonces? ¿Entregar el poder a la burguesía y restaurar el capitalismo? ¿Lanzar ataques contra los países limítrofes? En fin, la papeleta no era nada fácil. Lo cierto es que la revolución triunfó en Rusia y fracasó en todos los demás países. Y también es igualmente cierto que las naciones capitalistas lograron mantener el peligro revolucionario a raya y establecer un sólido muro de contención. Esa era la realidad con la que tenían que verse los estadistas soviéticos.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Discusiones escolásticas y personalismos varios.

Si algo llama la atención sobre este volumen para alguien que lo lee un poco "desde fuera" (esto es, para alguien que no se siente identificado con la propuesta comunista) es la excesiva carga de personalismo y discusiones escolásticas que tenían lugar entre los miembros de la Internacional Comunista por aquellas fechas. Visto lo visto, tiene poco de extraño, desde luego, que se les echara el toro encima y no reaccionaran a tiempo frente al fascismo y el nazismo. Si Marx criticara los excesos irracionales del anarquismo y la escasa enjundia teórica del socialismo utópico, seguramente cabe también criticar las bizantinas discusiones sobre el sexo de los ángeles en que a menudo cayeron sus seguidores durante las décadas que siguieron a su muerte. En este sentido, La revolución permanente es una buena ilustración de este comportamiento hiper-teorizante y demasiado volcado sobre sí mismo que pareció apoderarse del movimiento comunista al poco de llegar al poder en Rusia (al menos en lo que respecta a Trotsky y los suyos, porque parece claro que si de algo pecaron sus oponentes, quienes apoyaon a Stalin y su despótico régimen del terror, fue precisamente de lo contrario: un chato pragmatismo que exigía sacrificarlo todo en el altar del socialismo en un solo país o, lo que es lo mismo, supeditar las estrategias en todos sitios a los intereses del nacionalismo ruso).

Pero, en fin, entremos en materia. Quizá haya quien piense que mis palabras son demasiado duras, sobre todo teniendo en cuenta que durante mucho tiempo se ha pensado en ciertos sectores de la izquierda que la teoría de la revolución permanente y el trabajo de Trotsky en general podían representar la corriente más "auténtica" del comunismo ruso. No vamos a discutir aquí si Trotsky cometiera o no sus excesos durante la guerra civil contra los rusos blancos (que sin duda los cometió), ni tampoco si en el caso de haberse hecho con el poder podría haber instaurado una dictadura tan cruenta como la de Stalin (lo que me parece bastante probable), sino que limitaremos nuestro comentario al texto en cuestión. Pues bien, el libro está repleto de citas como la siguiente:
Dejaré fijado aquí que Lenin, como he visto confirmado con particular evidencia ahora al leer sus viejos artículos, no llegó nunca a conocer el trabajo fundamental a que he aludido más arriba. Esto se explica, por lo visto, no sólo por la circunstancia de que la tirada del libro Nuestra revolución, publicado en 1906, fuera confiscada casi inmediatamente cuando ya todos nosotros nos hallábamos en la emigración, sino acaso también por el hecho de que los dos tercios del citado libro estaban formados por antiguos artículos y de que muchos compañeros —como pude comprobar después— no lo leyeron por considerarlo una compilación de trabajos ya publicados. En todo caso, las observaciones polémicas dispersas, muy poco numerosas, de Lenin contra la revolución pemanente se basan casi exclusivamente en el prefacio de Parvus a mi folleto Hasta el 9 de enero, en su proclama, que yo entonces desconocía, Sin zar, y en los debates internos de Lenin con Bujarin y otros. Nunca ni en parte alguna analiza ni cita Lenin, ni de paso, mis Resultados y perspectivas, y algunas de las objeciones de Lenin contra la revolución permanente, que evidentemente no pueden referirse mí, atestiguan directamente que no leyó dicho trabajo.

(León Trotsky: p. 88)

Y, se pregunta uno: ¿a quién diantres le importa si Lenin leyó tal o cual libro, tal o cual articulito de marras? Tenemos aquí un ejemplo perfecto de escolasticismo y hermenéutica cuasi-religiosa sobre los textos sagrados del profeta. Lo importante, al parecer, es saber qué opinaba Lenin sobre tal o cual teoría, tal o cual posicionamiento estratégico o incluso táctico, porque se se oponía frontalmente a él, entonces no queda más remedio que tirarlo a la papelera. Tiene poco de extraño, pues, que los comunistas rusos desarrollaran después el tan denostado culto a la personalidad que vino a caracterizar los años del estalinismo. No se trata, parece bien claro, de un fenómeno limitado a Stalin y su séquito, sino que, por el contrario, es un defecto que estaba presente ya en el leninismo inicial, y que afecta a Trotsky tanto como a los demás. Uno puede entrar a discutir si el personalismo estaba ya presente en la doctrina marxista como tal o, por el contrario, se trata de un añadido leninista, pero de lo que no cabe duda alguna es de que podemos verlo en páginas y páginas de este libro. De hecho, casi todo el volumen es un intento de Trotsky de justificar sus teorías contra las de Stalin recurriendo al supuesto favor del "profeta" Lenin. Como decíamos, uno no acierta a ver la diferencia entre este tipo de argumentación y la que se emplearía en una disputa teológica cualquiera: gana quien demuestre ser más fiel a la interpretación literal de los textos sagrados.

Este carácter semi-sagrado que se concede a la figura de Lenin queda aún más patente en otras partes del libro, como en la siguiente cita:
Naturalmente, desde el punto de vista formal, Radek puede apelar de vez en cuando a Lenin. Y es lo que hace: esta parte de los textos, todo el mundo la "tiene a mano". Pero, como demostraré más adelante, las afirmaciones de este género hechas por Lenin respecto a mí tenían un carácter puramente episódico y eran erróneas, esto es, no caracterizaban en modo alguno mi verdadera posición, ni aun la de 1905.

(León Trotsky: p. 107)

Nótese que Trotsky no argumenta (de hecho no lo hace ni una sola vez en este libro) que Lenin pudiera estar equivocado. Se limita a afirmar, una y otra vez, que sus enemigos no entendieron al "maestro" correctamente o incluso han tergiversado sus palabras, pero jamás se plantea siquiera la posibilidad de que Lenin pudiera estar equivocado.

En fin, no vamos a continuar por esta línea porque, como digo, el libro entero está trufado de ejemplos de esta actitud escolástica y dogmática. Si acaso, acabemos esta entrada con una cita más en la que queda bien claro no sólo esta actitud, sino también el aire general de disputa meramente personal que llega a adoptar este libro en numerosos pasajes:
Las mismas cuestiones, pero acaso con una fórmula aún más acentuada, se refieren a la revolución de 1917. Desde Nueva York juzgué en una serie de artículos la Revolución de Febrero con el punto de vista de la teoría de la revolución permanente. Todos estos artículos han sido reproducidos. Mis conclusiones tácticas coincidían por completo con las que Lenin deducía simultáneamente desde Ginebra, y, por lo tanto, se hallaban en la misma contradicción irreconciliable con las conclusiones de Kámenev, Stalin y otros epígonos.

Cuando llegué a Petrogrado, nadie me preguntó si renunciaba a los "errores" de la revolución permanente. Y no había por qué. Stalin se escondía púdicamente por los rincones, no deseando más que una cosa: que el partido olvidara lo más pronto posible la política sostenida por él antes de la llegada de Lenin. Yaroslavski no era aún el inspirador de la Comisión de Control, sino que estaba publicando en Kakutsk, en unión de los mencheviques, de Ordzhonikidze y otros, un vulgarísimo periódico semiliberal. Kámenev acusaba a Lenin de "trostkismo", y al encontrarse conmigo, me dijo: "Ahora si [sic] que está usted de enhorabuena".

(León Trotski: pp. 167-168)

Y en esa línea de dimes y diretes transcurre buena parte del libro. Cierto, hay otros pasajes que pueden dar lugar a fructíferas reflexiones y trataremos aquí sobre algunos de ellos. Pero, en líneas generales, me parece que este tomo es una pérdida de tiempo, a no ser que uno se acerque a él con algún interés histórico particular.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La revolución permanente

Uno de los libros señeros del pensamiento comunista, aunque a mi parecer bastante añado. En La revolución permanente, Trotsky argumenta a favor de la revolución democrático-burguesa como paso previo y necesario para el triunfo final del socialismo, aunque sea liderada por el proletariado en aquellos países en los que la burguesía no cuenta con suficiente fuerza. Asimismo, Trotsky teoriza en este volumen sobre la necesidad de extender la revolución más allá de las fronteras rusas (esto es, de internacionalizarla) como única garantía de su triunfo final. Como digo, el tomo se ha quedado, creo, bastante anticuado, aunque constituya un elemento esencial para entender las disputas internas del comunismo, por ejemplo.

Ficha técnica:
Título: La revolución permanente.
Autor: Leon Trotsky.
Editorial: Diario Público.
Edición: edición especial de diario Público, Madrid, 2009.
Páginas: 253 páginas.
ISBN: 437008-877778