martes, 8 de diciembre de 2009

Concepto central de la revolución permanente.

He aquí el concepto central del libro:
La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialistas, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialita de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.

El segundo aspecto de la teoría caracterizaba ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinidad y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas "pacíficas". Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.

El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político de carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética. Sin embargo, con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxitos. De continuar aislado, el Estado proletario caería, más tarde o más temprano, víctima de dichas contradicciones. Su salvación está únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países más progresivos. Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente.

Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional. La conquista del poder dentro de las fronteras nacionales es para ellos, en el fondo, no el acto inicial, sino la etapa final de la revolución: después, se abre un período de reformas que conducen a la sociedad socialista nacional.

(León Trotsky: pp. 59-61)

Se hace necesaria una aclaración con respecto al primer punto, pues el concepto marxista de dictadura del proletariado ha sido a menudo entendido incorrectamente como equivalente a un régimen autoritario o dictatorial. Tiene poco de extraño que se haya dado tal equivocación, por otro lado, pues no hemos conocido históricamente ninguna dictadura del proletariado que no haya tenido dicho carácter, dicho sea de paso. Pero, en cualquier caso, el concepto de dictadura del proletariado definido por Marx conectaba directamente con el significado del vocablo dictadura en la Edad Antigua y no implicaba la imposición de una dictadura de partido (piénsese en la Roma clásica, y no en el moderno Estado totalitario). En otras palabras, Marx concebía la democracia burguesa como un régimen que, en realidad, no permite su propia transformación, se cuente o no con el apoyo democrático de la mayoría. Esto es así debido al hecho de que representa la forma política de Estado que mejor se adapta a los intereses económicos de la burguesía. Pues bien, frente a ello, Marx pensaba que el proletariado vendría a instaurar un régimen similar. Se trata, pues, de una dictadura económica, más que política o social, de la misma forma que la democracia representativa contemporánea también nos impone el sistema capitalista (retocado o no, mixto o no, pero sistema capitalista al fin y al cabo) como realidad económica imperante.

Habría también que recordar, con respecto a este primer aspecto del concepto de revolución permanente, que en el periodo de postguerra (esto es, tras la Segunda Guerra Mundial) no fueron pocos los países colonizados que alcanzaron su independencia aplicando una estrategia similar a la definida por Trotsky en esta obra: saltando por encima del periodo de democracia burguesa prolongada e instaurando directamente la dictadura del proletariado. Todos sabemos ya cómo acabaron dichos experimentos.

Con respecto al segundo punto (esto es, el carácter permanente de la revolución y sus transformaciones), se trata de algo que Mao trató de poner en práctica cuando lanzó su Revolución Cultural en los años sesenta y que, de hecho, se convirtió durante un tiempo en elemento central del maoísmo. No son pocos quienes aún afirman desde la izquierda revolucionaria que idea contiene de hecho la receta fundamental contra la burocratización del Estado y, en último término, la traición a la revolución misma que se dio en la URSS. Y, sin embargo, el hecho de que dicha estrategia fracasara allí donde se ha intentado aplicar (España durante la Guerra Civil gracias al apoyo del POUM y los anarquistas, empeñados en llevar adelante su "revolución en la revolución" o, como decíamos, el maoísmo chino durante los años sesenta) ya debiera darnos qué pensar. La fe trotskista en una revolución que se produce de forma continua hasta que acaba de extenderse por todo el planeta, conduciendo al triunfo final del socialismo, suena precisamente a eso: pura fe.

Y tenemos, por último, el tercer punto (el del carácter internacional de la revolución), íntimamente ligado al segundo, por supuesto. Aquí no queda más remedio que reconocerle a Trotsky el mérito de ser consecuente con las ideas de Marx, quien jamás imaginó la posibilidad de que el socialismo pudiera llegar a implantarse en un solo país. Sin embargo, tampoco es menos cierto que es bien fácil mantener dicha posición cuando no se tienen responsabilidades políticas al frente de un Estado como el soviético, donde ha triunfado aparentemente la revolución obrera y, sin embargo, fracasados los movimientos subversivos que se dieron en 1918 en países como Alemania o Hungría, se ha hecho bien patente la imposibilidad de extenderla a los países de su entorno. ¿Qué hacer entonces? ¿Entregar el poder a la burguesía y restaurar el capitalismo? ¿Lanzar ataques contra los países limítrofes? En fin, la papeleta no era nada fácil. Lo cierto es que la revolución triunfó en Rusia y fracasó en todos los demás países. Y también es igualmente cierto que las naciones capitalistas lograron mantener el peligro revolucionario a raya y establecer un sólido muro de contención. Esa era la realidad con la que tenían que verse los estadistas soviéticos.

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