martes, 19 de enero de 2010

The Language of Mathematics. Making the invisible visible.

Well known NPR commentator Keith Devlin writes about the history and current state of the field of Mathematics for the general reader. Along the way, he shows us how the invisible patterns behind the world that surrounds us can be deciphered with the help of this usually thought of as arid discipline of human knowledge. The reality is that Mathematics is a central part of our culture and we should perhaps be more familiar with it than we are.


Technical description:
Title: The Language of Mathematics. Making the invisible visible.
Author: Keith Devlin.
Publisher: Henry Holt & Company.
Edition: first hardcover edition, New York (USA), 2002 (1998).
Pages: 344 pages, including index.
ISBN: 0-8050-7254-3

lunes, 18 de enero de 2010

Bestsellers and literature.

I must admit I am no fan of bestsellers, generally speaking. No, it is not intellectual arrogance. Back when I was younger, I did have an uppity attitude towards bestsellers and people who read them. I automatically ruled them all out as trash literature, centered on high brow works (most of them non-fiction, I must also admit) and felt superior for doing so. But that was a long time ago. When I was still in my late teens. Not anymore. I don't have a problem reading bestsellers and, as a matter of fact, find them quite useful to promote reading among the younger generations. After all, the Harry Potter series has made readers in the millions, something that nobody would have accomplished with the time-tested classics. That's for sure. I fail to see how that could be bad for society at large, honest.

So, if the right book shows up and enjoy a lot of popularity in the market, I don't have a problem reading it too. I won't turn it down just due to the fact that it is popular, as some people do. Yet, I must also admit that, in general, most bestsellers leave me wanting more. Sure, they are full of action, packed with intrigue and thrilling stories most of the time, but I feel as if they lack something. For the most part, I tend to find them quite superficial, even prosaic. For starters, one doesn't know if the author truly wanted to write a book or just a draft script for a new movie. In other words, most of the time it's quite clear that the author doesn't give a rat's ass about literature or books, and is truly writing with an eye in the Hollywood producers. Is that necessarily bad? No, not really, but when I want to watch a movie I go watch a movie. Reading a book that only contains dialogue and no descriptions sort of feels precisely like that, like an unfinished script. I suppose that was to be expected in an era dominated by TV. Is that my only problem with bestsellers? Not really. The characters tend to be quite superficial, without much depth to them at all (again, it's the action that matters, just as in any blockbuster). Also, they tend to simplify their topics quite a bit. There are no shades of gray. It all tends to be black or white, good or evil. Again, as in any contemporary blockbuster.

Does any of this apply to Stephen King's Cell? Well, to a great extent, yes. Reading Cell, I had the feeling that Stephen King had just written a story about zombies, although in this case they are not dead people who return to life but rather regular folks who are infected by a virus spread via their cell phones. If you've watch any of Hollywood's many movies about zombies, pretty much everything applies to this book too. He is just taking a contemporary technology as an excuse, that's all. Is that bad? No, not really. But is it good? Truly, what does it give us? There isn't much new and original about the story, otherwise. Is the book entertaining? Sure it is. Isn't that what a book is all about? Well, it depends. If all you are looking for when you sit down to read is pure entertainment, Cell will be OK. On the other hand, if you want to be inspired, if your aim is to broaden your mind, to learn something new, to put yourself in somebody else's shoes and learn something new about life, see things from a different perspective... well, you will get none of that from this book. As I said, it's pure entertainment. And that is neither intrinsecally good nor bad.

sábado, 9 de enero de 2010

Cell.

This is an apocalyptic horror novel. A New England artist visiting Boston to sign a publishing deal gets caught in the middle of a nightmare scenario when a strange signal broadcasted through the cell phones turns the majority of humans into zombie-like creatures.

Like so many other Stephen King's novels, the book received plenty of accolades from critics and readers alike. As of November 2009, it seems as if a film adaptation of the book is in the works and Stephen King himself was in charge of the screenplay. The Internet Movie Database has also published some information about it here.

Technical description:
Title: Cell.
Author: Stephen King.
Publisher: Hodder & Stoughton.
Edition: first hardcover edition, London (UK), 2006.
Pages: 399 pages.
ISBN: 0-340-92144-7

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Contra el socialismo en un solo país.

A las críticas que ya he lanzado contra Trotsky en este campo, cabría añadir ahora la siguiente cita:
El programa efectivo de un Estado obrero aislado no se puede proponer por fin "independizarse" de la economía mundial, ni mucho menos edificar "en brevísimo plazo" una sociedad socialista nacional. Su objetivo no puede consistir en obtener el ritmo abstractamente máximo, el ritmo óptimo, es decir, el mejor, sino aquel que se desprenda de las condiciones económicas internas e internacionales, ritmo que consolidará la posición del proletariado, preparará los elementos nacionales para la sociedad socialista internacional del mañana, y a la par y sobre todo, elevará sistemáticamente el nivel de vida de la clase obrera, robusteciendo su alianza con las masas no explotadoras del campo. Y esta perspectiva debe regir íntegra durante toda la etapa preparatoria, esto es, hasta que la revolución triunfe en los países más avanzados y venga a sacar a la Unión Soviética del aislamiento en que hoy se halla.

(León Trotsky: p. 46)

Se trata, una vez más de una retórica intachable que, sin embargo, tiene más bien poco contenido. Trotsky critica frontalmente el concepto de socialismo en un solo país, cierto. Habla de la revolución socialista mundial como el objetivo, también cierto. Pero lo que no acierta a responder es cómo pueden actuar los gobernantes soviéticos desde la realidad histórica que les tocó vivir. Adviértase, en este sentido, la etérea descripción que hace Trotsky del camino a seguir: alcanzar e imponer el "ritmo que consolidará la posición del proletariado, preparará los elementos nacionales para la sociedad socialista internacional del mañana, y a la par y sobre todo, elevará sistemáticamente el nivel de vida de la clase obrera, robusteciendo su alianza con las masas no explotadoras del campo". ¿Y qué significa exactamente toda esta palabrería? ¿Qué medidas concretas defiende para marcar esa línea? ¿En qué demonios consiste el "ritmo que consolidará la posición del proletariado"? ¿En elevar el nivel de vida de la clase obrera, quizá, como dice a continuación? ¿Y no es eso acaso lo que quiso hacer el régimen soviético, por más que fracasara estrepitosamente en el intento?

Para concluir, que uno no acierta a ver en Trotsky y sus propuestas alternativa seria alguna al fracaso calamitoso que acabó por suponer el comunismo soviético. A lo mejor, en lugar de mirar a otras corrientes comunistas para ver si traen la salvación a su crisis actual, los comunistas harían mejor en reconsiderar sus planteamientos desde cero. A mí, desde luego, me parece mucho más lógico y sensato.

martes, 8 de diciembre de 2009

Concepto central de la revolución permanente.

He aquí el concepto central del libro:
La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialistas, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialita de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.

El segundo aspecto de la teoría caracterizaba ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinidad y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas "pacíficas". Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.

El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político de carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética. Sin embargo, con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxitos. De continuar aislado, el Estado proletario caería, más tarde o más temprano, víctima de dichas contradicciones. Su salvación está únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países más progresivos. Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente.

Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional. La conquista del poder dentro de las fronteras nacionales es para ellos, en el fondo, no el acto inicial, sino la etapa final de la revolución: después, se abre un período de reformas que conducen a la sociedad socialista nacional.

(León Trotsky: pp. 59-61)

Se hace necesaria una aclaración con respecto al primer punto, pues el concepto marxista de dictadura del proletariado ha sido a menudo entendido incorrectamente como equivalente a un régimen autoritario o dictatorial. Tiene poco de extraño que se haya dado tal equivocación, por otro lado, pues no hemos conocido históricamente ninguna dictadura del proletariado que no haya tenido dicho carácter, dicho sea de paso. Pero, en cualquier caso, el concepto de dictadura del proletariado definido por Marx conectaba directamente con el significado del vocablo dictadura en la Edad Antigua y no implicaba la imposición de una dictadura de partido (piénsese en la Roma clásica, y no en el moderno Estado totalitario). En otras palabras, Marx concebía la democracia burguesa como un régimen que, en realidad, no permite su propia transformación, se cuente o no con el apoyo democrático de la mayoría. Esto es así debido al hecho de que representa la forma política de Estado que mejor se adapta a los intereses económicos de la burguesía. Pues bien, frente a ello, Marx pensaba que el proletariado vendría a instaurar un régimen similar. Se trata, pues, de una dictadura económica, más que política o social, de la misma forma que la democracia representativa contemporánea también nos impone el sistema capitalista (retocado o no, mixto o no, pero sistema capitalista al fin y al cabo) como realidad económica imperante.

Habría también que recordar, con respecto a este primer aspecto del concepto de revolución permanente, que en el periodo de postguerra (esto es, tras la Segunda Guerra Mundial) no fueron pocos los países colonizados que alcanzaron su independencia aplicando una estrategia similar a la definida por Trotsky en esta obra: saltando por encima del periodo de democracia burguesa prolongada e instaurando directamente la dictadura del proletariado. Todos sabemos ya cómo acabaron dichos experimentos.

Con respecto al segundo punto (esto es, el carácter permanente de la revolución y sus transformaciones), se trata de algo que Mao trató de poner en práctica cuando lanzó su Revolución Cultural en los años sesenta y que, de hecho, se convirtió durante un tiempo en elemento central del maoísmo. No son pocos quienes aún afirman desde la izquierda revolucionaria que idea contiene de hecho la receta fundamental contra la burocratización del Estado y, en último término, la traición a la revolución misma que se dio en la URSS. Y, sin embargo, el hecho de que dicha estrategia fracasara allí donde se ha intentado aplicar (España durante la Guerra Civil gracias al apoyo del POUM y los anarquistas, empeñados en llevar adelante su "revolución en la revolución" o, como decíamos, el maoísmo chino durante los años sesenta) ya debiera darnos qué pensar. La fe trotskista en una revolución que se produce de forma continua hasta que acaba de extenderse por todo el planeta, conduciendo al triunfo final del socialismo, suena precisamente a eso: pura fe.

Y tenemos, por último, el tercer punto (el del carácter internacional de la revolución), íntimamente ligado al segundo, por supuesto. Aquí no queda más remedio que reconocerle a Trotsky el mérito de ser consecuente con las ideas de Marx, quien jamás imaginó la posibilidad de que el socialismo pudiera llegar a implantarse en un solo país. Sin embargo, tampoco es menos cierto que es bien fácil mantener dicha posición cuando no se tienen responsabilidades políticas al frente de un Estado como el soviético, donde ha triunfado aparentemente la revolución obrera y, sin embargo, fracasados los movimientos subversivos que se dieron en 1918 en países como Alemania o Hungría, se ha hecho bien patente la imposibilidad de extenderla a los países de su entorno. ¿Qué hacer entonces? ¿Entregar el poder a la burguesía y restaurar el capitalismo? ¿Lanzar ataques contra los países limítrofes? En fin, la papeleta no era nada fácil. Lo cierto es que la revolución triunfó en Rusia y fracasó en todos los demás países. Y también es igualmente cierto que las naciones capitalistas lograron mantener el peligro revolucionario a raya y establecer un sólido muro de contención. Esa era la realidad con la que tenían que verse los estadistas soviéticos.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Discusiones escolásticas y personalismos varios.

Si algo llama la atención sobre este volumen para alguien que lo lee un poco "desde fuera" (esto es, para alguien que no se siente identificado con la propuesta comunista) es la excesiva carga de personalismo y discusiones escolásticas que tenían lugar entre los miembros de la Internacional Comunista por aquellas fechas. Visto lo visto, tiene poco de extraño, desde luego, que se les echara el toro encima y no reaccionaran a tiempo frente al fascismo y el nazismo. Si Marx criticara los excesos irracionales del anarquismo y la escasa enjundia teórica del socialismo utópico, seguramente cabe también criticar las bizantinas discusiones sobre el sexo de los ángeles en que a menudo cayeron sus seguidores durante las décadas que siguieron a su muerte. En este sentido, La revolución permanente es una buena ilustración de este comportamiento hiper-teorizante y demasiado volcado sobre sí mismo que pareció apoderarse del movimiento comunista al poco de llegar al poder en Rusia (al menos en lo que respecta a Trotsky y los suyos, porque parece claro que si de algo pecaron sus oponentes, quienes apoyaon a Stalin y su despótico régimen del terror, fue precisamente de lo contrario: un chato pragmatismo que exigía sacrificarlo todo en el altar del socialismo en un solo país o, lo que es lo mismo, supeditar las estrategias en todos sitios a los intereses del nacionalismo ruso).

Pero, en fin, entremos en materia. Quizá haya quien piense que mis palabras son demasiado duras, sobre todo teniendo en cuenta que durante mucho tiempo se ha pensado en ciertos sectores de la izquierda que la teoría de la revolución permanente y el trabajo de Trotsky en general podían representar la corriente más "auténtica" del comunismo ruso. No vamos a discutir aquí si Trotsky cometiera o no sus excesos durante la guerra civil contra los rusos blancos (que sin duda los cometió), ni tampoco si en el caso de haberse hecho con el poder podría haber instaurado una dictadura tan cruenta como la de Stalin (lo que me parece bastante probable), sino que limitaremos nuestro comentario al texto en cuestión. Pues bien, el libro está repleto de citas como la siguiente:
Dejaré fijado aquí que Lenin, como he visto confirmado con particular evidencia ahora al leer sus viejos artículos, no llegó nunca a conocer el trabajo fundamental a que he aludido más arriba. Esto se explica, por lo visto, no sólo por la circunstancia de que la tirada del libro Nuestra revolución, publicado en 1906, fuera confiscada casi inmediatamente cuando ya todos nosotros nos hallábamos en la emigración, sino acaso también por el hecho de que los dos tercios del citado libro estaban formados por antiguos artículos y de que muchos compañeros —como pude comprobar después— no lo leyeron por considerarlo una compilación de trabajos ya publicados. En todo caso, las observaciones polémicas dispersas, muy poco numerosas, de Lenin contra la revolución pemanente se basan casi exclusivamente en el prefacio de Parvus a mi folleto Hasta el 9 de enero, en su proclama, que yo entonces desconocía, Sin zar, y en los debates internos de Lenin con Bujarin y otros. Nunca ni en parte alguna analiza ni cita Lenin, ni de paso, mis Resultados y perspectivas, y algunas de las objeciones de Lenin contra la revolución permanente, que evidentemente no pueden referirse mí, atestiguan directamente que no leyó dicho trabajo.

(León Trotsky: p. 88)

Y, se pregunta uno: ¿a quién diantres le importa si Lenin leyó tal o cual libro, tal o cual articulito de marras? Tenemos aquí un ejemplo perfecto de escolasticismo y hermenéutica cuasi-religiosa sobre los textos sagrados del profeta. Lo importante, al parecer, es saber qué opinaba Lenin sobre tal o cual teoría, tal o cual posicionamiento estratégico o incluso táctico, porque se se oponía frontalmente a él, entonces no queda más remedio que tirarlo a la papelera. Tiene poco de extraño, pues, que los comunistas rusos desarrollaran después el tan denostado culto a la personalidad que vino a caracterizar los años del estalinismo. No se trata, parece bien claro, de un fenómeno limitado a Stalin y su séquito, sino que, por el contrario, es un defecto que estaba presente ya en el leninismo inicial, y que afecta a Trotsky tanto como a los demás. Uno puede entrar a discutir si el personalismo estaba ya presente en la doctrina marxista como tal o, por el contrario, se trata de un añadido leninista, pero de lo que no cabe duda alguna es de que podemos verlo en páginas y páginas de este libro. De hecho, casi todo el volumen es un intento de Trotsky de justificar sus teorías contra las de Stalin recurriendo al supuesto favor del "profeta" Lenin. Como decíamos, uno no acierta a ver la diferencia entre este tipo de argumentación y la que se emplearía en una disputa teológica cualquiera: gana quien demuestre ser más fiel a la interpretación literal de los textos sagrados.

Este carácter semi-sagrado que se concede a la figura de Lenin queda aún más patente en otras partes del libro, como en la siguiente cita:
Naturalmente, desde el punto de vista formal, Radek puede apelar de vez en cuando a Lenin. Y es lo que hace: esta parte de los textos, todo el mundo la "tiene a mano". Pero, como demostraré más adelante, las afirmaciones de este género hechas por Lenin respecto a mí tenían un carácter puramente episódico y eran erróneas, esto es, no caracterizaban en modo alguno mi verdadera posición, ni aun la de 1905.

(León Trotsky: p. 107)

Nótese que Trotsky no argumenta (de hecho no lo hace ni una sola vez en este libro) que Lenin pudiera estar equivocado. Se limita a afirmar, una y otra vez, que sus enemigos no entendieron al "maestro" correctamente o incluso han tergiversado sus palabras, pero jamás se plantea siquiera la posibilidad de que Lenin pudiera estar equivocado.

En fin, no vamos a continuar por esta línea porque, como digo, el libro entero está trufado de ejemplos de esta actitud escolástica y dogmática. Si acaso, acabemos esta entrada con una cita más en la que queda bien claro no sólo esta actitud, sino también el aire general de disputa meramente personal que llega a adoptar este libro en numerosos pasajes:
Las mismas cuestiones, pero acaso con una fórmula aún más acentuada, se refieren a la revolución de 1917. Desde Nueva York juzgué en una serie de artículos la Revolución de Febrero con el punto de vista de la teoría de la revolución permanente. Todos estos artículos han sido reproducidos. Mis conclusiones tácticas coincidían por completo con las que Lenin deducía simultáneamente desde Ginebra, y, por lo tanto, se hallaban en la misma contradicción irreconciliable con las conclusiones de Kámenev, Stalin y otros epígonos.

Cuando llegué a Petrogrado, nadie me preguntó si renunciaba a los "errores" de la revolución permanente. Y no había por qué. Stalin se escondía púdicamente por los rincones, no deseando más que una cosa: que el partido olvidara lo más pronto posible la política sostenida por él antes de la llegada de Lenin. Yaroslavski no era aún el inspirador de la Comisión de Control, sino que estaba publicando en Kakutsk, en unión de los mencheviques, de Ordzhonikidze y otros, un vulgarísimo periódico semiliberal. Kámenev acusaba a Lenin de "trostkismo", y al encontrarse conmigo, me dijo: "Ahora si [sic] que está usted de enhorabuena".

(León Trotski: pp. 167-168)

Y en esa línea de dimes y diretes transcurre buena parte del libro. Cierto, hay otros pasajes que pueden dar lugar a fructíferas reflexiones y trataremos aquí sobre algunos de ellos. Pero, en líneas generales, me parece que este tomo es una pérdida de tiempo, a no ser que uno se acerque a él con algún interés histórico particular.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La revolución permanente

Uno de los libros señeros del pensamiento comunista, aunque a mi parecer bastante añado. En La revolución permanente, Trotsky argumenta a favor de la revolución democrático-burguesa como paso previo y necesario para el triunfo final del socialismo, aunque sea liderada por el proletariado en aquellos países en los que la burguesía no cuenta con suficiente fuerza. Asimismo, Trotsky teoriza en este volumen sobre la necesidad de extender la revolución más allá de las fronteras rusas (esto es, de internacionalizarla) como única garantía de su triunfo final. Como digo, el tomo se ha quedado, creo, bastante anticuado, aunque constituya un elemento esencial para entender las disputas internas del comunismo, por ejemplo.

Ficha técnica:
Título: La revolución permanente.
Autor: Leon Trotsky.
Editorial: Diario Público.
Edición: edición especial de diario Público, Madrid, 2009.
Páginas: 253 páginas.
ISBN: 437008-877778

martes, 3 de noviembre de 2009

La transferencia de tecnología y los obstáculos al desarrollo.

Buena parte de las teorías del desarrollo capitalista se han fundado en la idea de que es posible fomentar la transferencia de conocimiento técnico y científico (incluyendo, entre otras cosas, el conocimiento de los mecanismos de producción y todos los saberes relacionados con éstos). Sin embargo, Sacristán apunta la dificultad de transferir dichos conocimientos:
...los discursos sobre transferencia son bastante vacíos, porque la operación así mentada es en rigor imposible, ya que toda ciencia ha de arraigar profundamente en la sociedad que la cultiva.

(Manuel Sacristán: p. 39).
Mucho me temo, sin embargo, que Sacristán no se ajusta a los hechos. La transferencia de tecnología y los conocimientos técnicos y científicos puede ser bien difícil, qué duda cabe, pero no imposible. De hecho, se ha producido en diversos momentos históricos: el Japón de la Restauración Meiji durante el siglo XIX, por ejemplo, o el increíble proceso de modernización protagonizado por Taiwan o Corea del Sur en la segunda mitad del siglo XX. Tanto uno como otro suponen, sin duda, ejemplos de desarrollo económico claramente opuestos a las predicciones del pensamiento marxista ortodoxo. Es por ello, quizá, que Sacristán prefiere barrerlos bajo la alfombra. Si acaso, el problema me parece que debe ser planteado de una forma completamente diferente: en primer lugar, no todos los países subdesarrollados podrán seguir el ejemplo japonés o surcoreano; pero, segundo, buena parte de la transferencia de conocimiento que se está produciendo desde que se relanzara con todo vigor el proceso de globalización del capitalismo una vez desaparecido el bloque soviético va de la mano de la implantación de grandes multinacionales en dichos territorios, en lugar de consistir en el desarrollo de un capitalismo propiamente nativo. Cierto, países como China o la India han vivido un periodo de vigoroso desarrollo económico, pero otro tanto cabe decir de México hasta mediados o finales de los años noventa, pero en cuanto la mano de obra mexicana se encareció y se pudieron encontrar mercados laborales más baratos y flexibles que además ofrecían la promesa de convertirse también un mercados de consumo de enorme poder adquisitivo (es decir, la India y China), el capital de los países desarrollados no tuvo problema alguno abandonando al amigo mexicano para invertir en otros lares. ¿Quién garantiza que lo mismo no sucederá en China y la India? Quizá la cuestión no es tanto si la transferencia de tecnología es posible o no, sino más bien si los cambios que dicha transferencia pueda introducir en la estructura económica de los países en desarrollo van a mantenerse a largo plazo o, por el contrario, el capital internacional va a optar simplemente por trasladarse a un nuevo mercado en busca de costes laborales aún inferiores.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Pacifismo y comunismo.

Hay que reconocerle a Sacristán su honestidad intelectual, al menos en lo que respecta a su disponibilidad para plantearse cuestiones que, en principio, poca gente está dispuesta siquiera a considerar dentro de la izquierda comunista. Por ejemplo, en 1981 se plantea la siguiente cuestión con respecto al pacifismo:
Lo diré provocativamente puesto que se trata de provocar a la discusión: si la III Internacional o Gandhi. Sin duda Gandhi no ha conseguido una India artesana, pero la III Internacional tampoco ha conseguido un mundo socialista, de modo que por ahí se andan, tal vez, y en todo caso el aprovechamiento de la lección de Gandhi debería servir de verdad para potenciar a la larga políticamente los movimientos alternativos, los pequeños núcleos marginales o no tan marginales que existen, consiguiendo hacer un puente entre ellos y el grueso del movimiento obrero, al que considero de todos modos el protagonista principal.

(Manuel Sacristán: p. 29)
Puedo uno imaginar la reacción de muchos comunistas esa época, en la que tan recurridas eran las acusaciones de traición y aburguesamiento.

¿Es posible el reformismo ecológico?

No puede sorprender que Manuel Sacristán, un comunista reconocido, esté en claro desacuerdo con el reformismo socialdemócrata, desde luego. Siguiendo la tradición marxista, ve el capitalismo como un sistema esencialmente contradictorio no ya con la justicia social o el desarrollo más o menos igualitario de las naciones, sino incluso con la propia preservación de la naturaleza:
No es posibe conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible. Por eso lo razonablemente reformista es, también en esto, irracional.

(Manuel Sacristán: pp. 20-21).
La opción, para él, está bien clara: socialismo o barbarie. En esto no puede haber medias tintas. Ni puede existir un eco-capitalismo que se le antoja incluso más utópico que el socialismo, ni tampoco le parece pensable una salida meramente tecnológica al problema. En este sentido, Sacristán hubiera adoptado una actitud claramente escéptica ante los llamamientos de Obama a apostar por las energías renovables. No se hubiera opuesto a la política en sí, por supuesto, pero sí que le hubiera parecido impensable que el sistema capitalista fuera capaz de llevar a cabo una reestructuración real y profunda de su política energética. Sencillamente, apuntaría que los intereses de las grandes multinacionales acabarían por imponerse a las buenas intenciones de cualquier Administración. El problema, claro está, es que las cosas no son siempre tan nítidas. No va a ser la primera vez que el capitalismo acierta a adaptarse a las nuevas circunstancias. De hecho, si algo quedó claro durante el tumultuoso siglo XX es, precisamente, que el capitalismo tiene mucha más capacidad de adaptación de la que sus enemigos jamás imaginaron. Y ello sin entrar a analizar el hecho incontrovertible de que los sistemas del socialismo real fueron, en lo que respecta a su relación con el medio ambiente, tan contaminantes o más que el capitalismo "depredador". La filosofía productivista no es patrimonio sólo del capitalismo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Los límites al crecimiento y el economicismo de izquierdas.

A partir de los informes del Club de Roma, no son pocos quienes en el seno de la izquierda comienzan a adquirir lentamente conciencia de los llamados límites al crecimiento. Manuel Sacristán es precisamente uno de los primeros intelectuales comunistas que aciertan a ver esta tendencia y se esfuerza por integrarla dentro del marco teórico marxista y comunista. Así, en un momento en el que la izquierda tradicional (tanto comunista como socialista, todo hay que decirlo) aún está claramente dominada por las preocupaciones fundamentalmente economicistas de antaño, Sacristán advierte ya en 1979:
Por el modo como hemos aprendido finalmente a mirar a la Tierra, sabemos que el agente [revolucionario] no puede tener por tarea fundamental el "liberar las fuerzas productivas de la sociedad" suspuestamente aherrojadas por el capitalismo.

(Manuel Sacristán: p. 15)

La tradición marxista consistía en prometer una alternative incluso más eficiente económicamente que el capitalismo. No olvidemos la fanfarronada de Kruschev advirtiendo al capitalismo occidental a principios de los sesenta que la URSS pronto les superaría en todos los frentes, incluido el de la mera producción de bienes. La alternativa soviética, pues, no parecía consistir tanto en una forma distinta de hacer las cosas como en la promesa de mayor producción, mayor consumo y, eso sí, mayor justicia social. Pero la filosofía productivista que subyace a la ideología capitalista se mantiene firme. Esto es precisamente lo que pone en solfa Sacristán a finales de los setenta, lo cual tiene su mérito, pues no sería hasta la década de los ochenta cuando este tipo de preocupaciones centrada en la crisis ecológica llegue (y, aun entonces, muy débilmente) a nuestro país. Ahí sí que hay que reconocerle a Sacristán, cuando menos, su capacidad para pensar como un intelectual avant la lettre, lo cual no es moco de pavo para un país como el nuestro, tradicionalmente a remolque de lo que ha ido sucediendo en otros lugares.

sábado, 31 de octubre de 2009

Pacifismo, ecologismo y política alternativa


Incluido en la colección de pensamiento crítico del diario Público (iniciativa, por cierto, innovadora y encomiable), este volumen recoge una serie de ensayos escritos por Manuel Sacristán entre 1979 y 1985 sobre los temas mencionados en el título mismo: ecologismo, pacifismo, marxismo, asuntos y debates internos del PCE y el PSUC, la situación general de la izquierda en España, etc. Aunque se trata de un libro claramente situado en la tradición marxista, que no es la mía, merece la pena no obstante leerlo por algunas de las reflexiones que hace el autor sobre temas que todavía nos ocupan, sobre todo en lo que respecta a la naturaleza intrínseca del sistema capitalista como un régimen de explotación despiadada del medio ambiente capaz de reificar hasta las propias relaciones humanas.

Ficha técnica:
Título: Pacifismo, ecologismo y política alternativa.
Autor: Manuel Sacristán.
Editorial: Icaria Editorial/Diario Público.
Edición: edición especial de diario Público, Madrid, octubre 2009 (1985).
Páginas: 270 páginas.
ISBN: 437008-877778

viernes, 16 de octubre de 2009

The truth about the deliberations on the Senate floor.

Here is another topic that we tend to idealize. Who has not heard those paeans about how the Senate of the past, unlike that of today, truly made it possible to hold meaningful debates where one could change the Senators' minds? Now, did that truly ever happen, especially in modern times? I seriously doubt it. The legislative process is long, far loner than most citizens (especially those who never get involved in politics, who are the majority) imagine. The decisions are not truly made on the Senate floor, but rather in innumerable meetings and negotiations that take place behind the curtains. What we see on our TV is just the final staging of the whole process. Little else. As Obama explains:
...my colleagues and I don't spend much time on the Senate floor. Most of the decisions —about what bills to call and when to call them, about how amendments will be handled and how uncooperative senators will be made to cooperate— have been worked out well in advance by the majority leader, the relevant committee chairman, their staffs, and (depending on the degree of controversy involved and the magnanimity of the Republican handling the bill) their Democratic counterparts. By the time we reach the floor and the clerk starts calling the roll, each of the senators will have determined —in consultation with his or her staff, caucus leader, preferred lobbysts, interest groups, constituent mail, and ideological leanings— just how to position himself on the issue.

(Barack Obama: p. 14)

However, the important thing to notice here is that it is actually good that things happen this way. Why? First of all, because any piece of legislation is negotiated between the different parties involved, which means that the interests of different sections of the citizenry will be taken into account, therefore improving the process in the sense of making it more democratic. But, second, because it guarantees that the decisions are made over a period of time that is long enough to incorporate other elements into the process (input from the interest groups involved and affected by the piece of legislation at hand, feedback from the constituents, the point of view of the opponents and possible ways to work them into the final law...). Sure, the system is imperfect, but still much better than anything else human beings ever devised in the past. Or, to put it in very clear terms: once again, the perfect deliberation that so many people have in mind, where each and every legislator intervenes to present his or her point of view and listen to that of the others, adapting the final vote to what is discussed on the floor, is purely theoretical. It doesn't exist and never did exist... thank goodness. For, as I explain, neither the regular citizens nor the different organizations and interest groups representing them would ever have a say in such a "perfect" system.

jueves, 15 de octubre de 2009

A well entrenched cynicism towards politics & public service.

Obama starts his book telling us about the cynical attitude that many Americans adopt when discussing politics:
It's been almost ten years since I first ran for political office. I was thirty-five at the time, four years out of law school, recently married, and generally impatient with life. A seat in the Illinois legislature had opened up, and several friends suggested that I run, thinking that my work as a civil rights lawyer, and contacts from my days as a community organizer, would make me a viable candidate. After discussing it with my wife, I entered the race and proceeded to do what every first-time candidate does: I talked to anyone who would listen. I went to block club meetings and church socials, beauty shops and barbershops. If two guys were standing on a corner, I would cross the street to hand them campaign literature. And everywhere I went, I'd get some version of the same two questions.

"Where'd you get that funny name?"

And then: "You seem like a nice enough guy. Why do you want to go into something dirty and nasty like politics?"

I was familiar with the question, a variant on the questions asked of me years earlier, when I'd first arrived in Chicago to work in low-income neighborhoods. It signaled a cynicism not simply with politics but with the very notion of a public life, a cynicism that —at least in the South Side neighborhoods I sought to represent— had been nourished by a generation of broken promises. In response, I would usually smile and nod and say that I understood the skepticism, but that there was —and always had been— another tradition to politics, a tradition that stretched from the days of the country's founding to the glory of the civil rights movement, a tradition based on the simple idea that we have a stake in one another, and that what binds us together is greater than what drives us apart, and that if enough people believe in the truth of that proposition and act on it, then we might not solve every problem, but we can get something meaningful done.

(Barack Obama: pp. 1-2)

It's not something limited to the US, of course. Most Europeans view politics (not to talk of the politicians themselves) with the very same cynicism. Is it something new? Is this cynicism something that identifies our era, as many argue? I'm not so sure about it. We always hear of a past when things were supposedly better, people more straightforward and honest. However, it only takes a quick trip to the archives to see the letters to the editor from thirty, forty, sixty years ago. They dealt with the very same issues. They displayed the very same missaprehension towards politicians and businessmen, always considered the self-serving elite. My feeling is that there never was a golden age of politics, where our politicians were all humble statesmen who gave their lives away to serve the people. That is always an interpretation we make afterwards, years later, decades later even, way after the facts. On the spot, when it truly matters, a sizable chunk of citizens (perhaps the majority) always felt skeptical about their leaders. That's not news, I think. In that sense, there is no need to be overly pessimistic about it either. We are not going downhill, as some might have it.

The Audacity of Hope. Thoughts on Reclaiming the American Dream.

Second book written by Barack Obama, and number one on the New York Times' and Amazon's best-seller lists. Obama deals with most of the issues that would later become the central piece of his campaign to win the American Presidency in 2008: the divide between Republicans and Democrats, often considered to be artificial by Obama; what he considers to be the most important American values; his interpretation of the US Constitution; issues of faith, race and opportunity, etc. All in all, the book can be read as a political manifesto of sorts, a summary of the platform Barack Obama would later run on in 2008.


Technical description:
Title: The Audacity of Hope: Thoughts on Reclaiming the American Dream.
Author: Barack Obama.
Publisher: Three Rivers Press.
Edition: first paperback edition, New York (USA), 2006.
Pages: 375 pages, including index.
ISBN: 978-0-307-23770-5