jueves, 25 de junio de 2009

Razón de amor


El poema Razón de amor sintetiza buena parte de los elementos que caracterizan la poesía de Luis Antonio de Villena en este libro: clasicismo, espíritu mediterráneo, amor carnal, entrega apasionada a la belleza física, apolínea... el precio, eso sí, puede llegar a ser un amor que no es amor. ¿Acaso no nos recuerda a Cavafis?

Contestaré a tu pregunta:
La verdad es que historias de amor,
lo que se dice amor, yo no las he tenido.

El bellísimo amor coronado de flores
que arrastra al peregrino
(véase Geoffrey Chaucer, y el cuadro de Burne-Jones),
el amor que hace al alma brotar alas,
el amor constante más allá de la muerte,
el que obliga a escribir a sangre y tinta;
de vos no quiero más que lo que os quiero,
ese (posiblemente) aún no lo conozco.
Y me pregunto ahora qué me falta
(o qué me ha faltado) para ello.
Porque la pasión me ha raptado a menudo,
y he tenido locuras y delirio
por cuerpos muy concretos. Y con ciertas personas
(aunque pocas) una level inclinación sentimental
hacia algo más allá, desconocido,
empantanado luego en tal o cual laguna,
charco, aburrimiento,
que sería largo y sin gracia narrar ahora.
Tú entonces me decías:
Debes seguir, empeñar algo, insistir de nuevo.
Pero no. Me faltaba (y me falta)
el arrebato ese, que dicen, del amor verdadero.

¿En exceso he gustado la belleza física
o —platónico impenitente—
la quiero concordar con un alma perfecta?

Y es que el amor —lo que se dice amor
llega muy pocas veces, aunque se obstinen tantos
en convertir el aureus en moneda corriente...
Porque debe la belleza picar dentro del cuerpo,
y debes sentir cómo las alas surgen,
y volar hacia arriba, y encontrarte a ti mismo
(diferente) es codiciable espejo.
Mas puede también ser que el amor —incipit
vita nova— no te aparezca nunca.
Pues ante lo tuviste, o —es justicia—
habrás de tenerlo luego.
Gota en ese caso de los mensajeros. Acepta
el cariño, la leve disposición al fuego...
Las camas (si es posible) y los hermosos cuerpos.
Pero ten presente (y ahí estoy yo contigo de acuerdo)
que eso no es el amor.
El verdadero amor, coronado de yedra y de violetas,
el muchacho de sandalias doradas,
que llega, como Alcibíades, al final
del discurso y del banquete, ebrio en la oscura noche,
hijo de Poros y de Penia,
gozoso, joven eternamente, limpio y puro,
y dà per li occhi una dolcezza al core...

(Luis Antonio de Villena: pp. 86-88)

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