viernes, 26 de junio de 2009

Cuesta abajo.

...o el poema del perdedor.
Perder es el gesto más noble de la vida.
Pero no hay que engañarse. Sólo quien tuvo pierde.
Perder es por ello un doble triunfo. El desdén
de ahora y el cortejo relumbrante del principio.
Aceptar la miseria tras el oro. Complacerse
en ser nadie, siendo rico. Deshacerse de todo.
Gustar el fango con paladar de príncipe.
(Creadores estériles o reyes en el exilio.)
Pero el verdadero perdedor no es el que busca,
sino el que acepta -realmente- su destino.
Luce lo que no es suyo. Y tiene deudas, alcohólico
y avejentado, como las tenían los jóvenes lords
de hace un siglo. Para comprar diamantes y caballos...
El perdedor nada quiere saber de cuanto amara
(ha puesto con desgana su firma en aquel libro).
Perder es ser otro y ser el mismo. Y vivir
al fin el tirón desgarrado de la carne, que ennoblece
y ensucia. Perder es un último acto de dandysmo.

(Luis Antonio de Villena: p. 98)

jueves, 25 de junio de 2009

El gran sueño.

¿Un poema de desamor e incomprensión?
¿Por qué seguir, me pregunto, saliendo cada día
del protector olvido? Componerse el rostro,
dar jabón a las manos, y colonia al espíritu,
que se deterioraba. Si estoy harto de selvas
y marañas que no entiendo, de dolores inútiles
y alcohol como sedante. Harto completamente
del inasible tú; de la insatisfacción brutal
y cotidiana. Del sinsentido organizado como
torre, y sobre todo, de que realidad es
imposible, y la ficción, unos instantes solos
en la mente y en la noche cerrada. Y al corazón
de nadie nunca llegas, y nunca se comprende
lo que dices, ni —menos— las palabras. Si los días,
en fin, tan frecuente, me aburren y me duelen,
y me cansan, ¿a qué seguir?, pregunto. Si me apetece
sólo tumbarme blandamente, apagar la luz
porque la niebla empieza, y dormir, dormir apacible
un largo sueño, un largo olvido, sin médanos ni algas...

(Luis Antonio de Villena: p. 94)

Sensualidad veraniega (III).

Pido que fenezca este imperfecto mundo.
Que las ideas cobren la apariencia de cuerpos.
Que la luz sea tangible, pero que sea luz,
y que se vea música en los rizos dorados...
Nos pido a ti y a mí en la misma materia,
y que en la antigua y alta forma del amor,
el rostro confundamos y el deseo entre estrellas...

(Luis Antonio de Villena: pp. 91-92)

Razón de amor


El poema Razón de amor sintetiza buena parte de los elementos que caracterizan la poesía de Luis Antonio de Villena en este libro: clasicismo, espíritu mediterráneo, amor carnal, entrega apasionada a la belleza física, apolínea... el precio, eso sí, puede llegar a ser un amor que no es amor. ¿Acaso no nos recuerda a Cavafis?

Contestaré a tu pregunta:
La verdad es que historias de amor,
lo que se dice amor, yo no las he tenido.

El bellísimo amor coronado de flores
que arrastra al peregrino
(véase Geoffrey Chaucer, y el cuadro de Burne-Jones),
el amor que hace al alma brotar alas,
el amor constante más allá de la muerte,
el que obliga a escribir a sangre y tinta;
de vos no quiero más que lo que os quiero,
ese (posiblemente) aún no lo conozco.
Y me pregunto ahora qué me falta
(o qué me ha faltado) para ello.
Porque la pasión me ha raptado a menudo,
y he tenido locuras y delirio
por cuerpos muy concretos. Y con ciertas personas
(aunque pocas) una level inclinación sentimental
hacia algo más allá, desconocido,
empantanado luego en tal o cual laguna,
charco, aburrimiento,
que sería largo y sin gracia narrar ahora.
Tú entonces me decías:
Debes seguir, empeñar algo, insistir de nuevo.
Pero no. Me faltaba (y me falta)
el arrebato ese, que dicen, del amor verdadero.

¿En exceso he gustado la belleza física
o —platónico impenitente—
la quiero concordar con un alma perfecta?

Y es que el amor —lo que se dice amor
llega muy pocas veces, aunque se obstinen tantos
en convertir el aureus en moneda corriente...
Porque debe la belleza picar dentro del cuerpo,
y debes sentir cómo las alas surgen,
y volar hacia arriba, y encontrarte a ti mismo
(diferente) es codiciable espejo.
Mas puede también ser que el amor —incipit
vita nova— no te aparezca nunca.
Pues ante lo tuviste, o —es justicia—
habrás de tenerlo luego.
Gota en ese caso de los mensajeros. Acepta
el cariño, la leve disposición al fuego...
Las camas (si es posible) y los hermosos cuerpos.
Pero ten presente (y ahí estoy yo contigo de acuerdo)
que eso no es el amor.
El verdadero amor, coronado de yedra y de violetas,
el muchacho de sandalias doradas,
que llega, como Alcibíades, al final
del discurso y del banquete, ebrio en la oscura noche,
hijo de Poros y de Penia,
gozoso, joven eternamente, limpio y puro,
y dà per li occhi una dolcezza al core...

(Luis Antonio de Villena: pp. 86-88)

miércoles, 24 de junio de 2009

Sensualidad veraniega (II).

Otro poema igual de sensual, titulado Epinicio, estrofa de clara influencia clásica que conecta, además, con la tradición griega de los juegos olímpicos:
Salta al aire, y arde al sol en un brillo encendido.
El músculo se estira victorioso. Ondea el pelo rubio,
y bailan sedas de agua sobre una piel de oro.
Bulle un río, y el cuerpo es la sed de una batalla.
Los brazos se alargan, y las piernas armoniosas
y brillantes. Se cierra un bosque al cerrar los ojos.
Cantan las manos. El cuerpo adolescente reta al aire.
Como un himno se eleva la figura, y se ondula.
El pelo nada, la piel seduce al ámbar, y el impulso
se transforma en joven música encendida. Salta ahora.
Y es todo victoria. Quien saltó y quien baja es otro distinto.
Y va más allá el milagro porque es otro el que mira.

(Luis Antonio de Villena: p. 69)

Sensualidad veraniega.

El libro de Luis Antonio de Villena está repleto de guiños a Cavafis y su poesía sensual de claro sabor pagano y mediterráneo. Por ejemplo, el poema titulado Piscina:
Con un ligero impulso la palanca palpita,
y el desnudo se goza un instante en el aire,
para astillar después en vibraciones verdes
el oro y el azul y la espuma que canta.

Desciendes un momento. Y riela en los visos
del cristal transparente el fuego que galopa
entre las ramas verdes, y es túnica
de seda que amorosa recoge la selva de tu cuerpo.

Te detienes y nadas. El fondo es tu capricho.
Como un solaz de algas que amase tu cabello
te complaces en verte por grutas submarinas.

Y al regresar al sol, nos miras en la orilla,
mientras, toda codicias sexuales, el agua
deseosa, se goza solitaria en tu cintura.

(Luis Antonio de Villena: p. 51)

martes, 2 de junio de 2009

Un cómic de madurez.

Interesante propuesta la de Paco Roca con esta historia. La verdad es que hace ya tiempo que el mundo del cómic ha madurado lo suficiente como para que lo consideremos como miembro de pleno derecho del gremio de las bellas artes. Lejos quedan los días en que el popular tebeo se veía como mera introducción al mundo de la lectura seria (en el mejor de los casos) o corruptor de tiernas mentes infantiles (en el peor). En Las calles de arena nos encontramos con una historia que seguramente no acertarían a entender muchos chavales, aunque podrían seguirla. Es demasiado surrealista, demasiado artística, demasiado enrevesada y onírica como para poder ser entendida como mero entretenimiento. Para eso quedan las historietas de Mortadelo y Filemón o El botones Sacarino (sin tampoco menospreciar este otro género que continúo leyendo aún a mi edad, que conste). En el caso de Paco Roca, el dibujo tiene, sin duda, aspiraciones artísticas en el color, el claroscuro, los gestos, el detalle, la decoración. Pero es que, además, la historia es siempre original, creativa, literaria. Las calles de arena es un cómic, pero podía haber sido perfectamente una historia corta. Altamente recomendable, al menos para mentes abiertas y espíritus eclécticos.