jueves, 24 de junio de 2010

Inocencia infantil frente a dogmatismo religioso.

Como siempre sucede, la ingenuidad infantil choca frontalmente con el dogmatismo cerril, ya sea político o religioso, de muchos adultos. Müller nos narra un episodio que bien podría haberse dado en muchos otros lugares hace tan sólo unas cuantas décadas:
La Madre de Dios tenía siempre el dedo índice levantado cuando yo me sentaba delante, en el banco de los niños. Pero la expresión de su rostro era amable, y yo no le tenía miedo. Todo el tiempo llevaba el mismo vestido largo azul claro y tenía unos labios rojos muy bonitos Y un día que el cura dijo que los lápices de labios se hacen con sangre de pulga y de otros bichos repugnantes, me pregunté por qué la Madre de Dios que había en el altar lateral se pintaría los labios. También se lo pregunté al cura, que me golpeó las manos con su regla hasta ponérmelas rojas y me mandón en seguida a casa. Estuve varios días sin poder mover los dedos.

(Herta Müller: En tierras bajas, p. 65).

¿Quién no ha vivido u oído una cosa similar en esta España que hasta hace bien poco fue nacionalcatólica? Puedo uno hasta imaginarse el resto del episodio, incluidas las carcajadas del resto de chavales y la vergüenza del cura al sentir que su autoridad había sido puesta en cuestión por una simple mocosa. Por cierto, que se pregunta uno sobre la carga subversiva de la risa, sobre todo cuando se trata de risa colectiva. Estoy convencido de que en una situación como ésta la reacción sería muy distinta si el resto de chavales no rieran la gracia de la pregunta. Luego lo que preocupa al cura (o, en otras circunstancias, al profesor, al político, al padre o a la madre) no es tanto la ingenua pregunta como la reacción de hilaridad del resto del grupo. Es esa risa la que se siente como amenazadora, la que parece poner en duda la autoridad de uno. Tiene poco de extraño, pues, que el humor haya sido siempre tan problemático en cualquier régimen dictatorial.

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