Hasta las descripciones en apariencia más inocentes están revestidas de negritud:
Chillidos de lagartijas en un nido que parece un puñado de barbas de maíz maceradas. A cada ratón desnudo le rezuman los ojillos viscosos. Patitas finas como hilos mojados. Dedos curvos.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 25)
¿Y qué decir de este otro párrafo, cruel a nuestros ojos pero perfectamente normal en el seno de una sociedad rural?
Los gatitos que venían al mundo en invierno eran ahogados en un cubo de agua hirviendo, y los que nacían en verano, en uno de agua fría. Después eran enterrados, invierno y verano, en medio del estercolero.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 58)
Invierno o verano, el destino de los gatos era el mismo: la muerte sin contemplaciones. Lo que más nos afecta es precisamente la naturalidad con que lo narra la escritora. Después de todo, como alguien dijera, solamente es posible mostrar cariño hacia los animales cuando hemos alcanzado un nivel de desarrollo tal que también demostramos respeto hacia nuestros semejantes y los cuidamos en momentos de necesidad. Si la sociedad rumana de la época trataba a los seres humanos como meros peones en el desarrollo de la Historia, algo perfectamente desechable en nombre de la construcción del Socialismo, ¿con qué derecho pensamos que habían de mostrar más amor hacia los animales?
Pese a todo, se encuentra uno con más de un párrafo delicioso en el que la realidad del mundo rural se nos muestra con maestría visto por los ojos de una niña más o menos inocente que no entiende del todo lo que sucede a su alrededor, como puede ser el siguiente ejemplo:
Mi andar tenía en sí algo de las sábanas almidonadas de mi abuela. La primera noche que dormí entre ellas, crujían al menor movimiento y yo creí que era mi piel la que crujía.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 23)
En definitiva, que En tierras bajas no es para espíritus débiles ni para alguien que vaya buscando tan sólo mero entretenimiento junto a la playa.
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