miércoles, 9 de diciembre de 2009

Contra el socialismo en un solo país.

A las críticas que ya he lanzado contra Trotsky en este campo, cabría añadir ahora la siguiente cita:
El programa efectivo de un Estado obrero aislado no se puede proponer por fin "independizarse" de la economía mundial, ni mucho menos edificar "en brevísimo plazo" una sociedad socialista nacional. Su objetivo no puede consistir en obtener el ritmo abstractamente máximo, el ritmo óptimo, es decir, el mejor, sino aquel que se desprenda de las condiciones económicas internas e internacionales, ritmo que consolidará la posición del proletariado, preparará los elementos nacionales para la sociedad socialista internacional del mañana, y a la par y sobre todo, elevará sistemáticamente el nivel de vida de la clase obrera, robusteciendo su alianza con las masas no explotadoras del campo. Y esta perspectiva debe regir íntegra durante toda la etapa preparatoria, esto es, hasta que la revolución triunfe en los países más avanzados y venga a sacar a la Unión Soviética del aislamiento en que hoy se halla.

(León Trotsky: p. 46)

Se trata, una vez más de una retórica intachable que, sin embargo, tiene más bien poco contenido. Trotsky critica frontalmente el concepto de socialismo en un solo país, cierto. Habla de la revolución socialista mundial como el objetivo, también cierto. Pero lo que no acierta a responder es cómo pueden actuar los gobernantes soviéticos desde la realidad histórica que les tocó vivir. Adviértase, en este sentido, la etérea descripción que hace Trotsky del camino a seguir: alcanzar e imponer el "ritmo que consolidará la posición del proletariado, preparará los elementos nacionales para la sociedad socialista internacional del mañana, y a la par y sobre todo, elevará sistemáticamente el nivel de vida de la clase obrera, robusteciendo su alianza con las masas no explotadoras del campo". ¿Y qué significa exactamente toda esta palabrería? ¿Qué medidas concretas defiende para marcar esa línea? ¿En qué demonios consiste el "ritmo que consolidará la posición del proletariado"? ¿En elevar el nivel de vida de la clase obrera, quizá, como dice a continuación? ¿Y no es eso acaso lo que quiso hacer el régimen soviético, por más que fracasara estrepitosamente en el intento?

Para concluir, que uno no acierta a ver en Trotsky y sus propuestas alternativa seria alguna al fracaso calamitoso que acabó por suponer el comunismo soviético. A lo mejor, en lugar de mirar a otras corrientes comunistas para ver si traen la salvación a su crisis actual, los comunistas harían mejor en reconsiderar sus planteamientos desde cero. A mí, desde luego, me parece mucho más lógico y sensato.

martes, 8 de diciembre de 2009

Concepto central de la revolución permanente.

He aquí el concepto central del libro:
La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialistas, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialita de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.

El segundo aspecto de la teoría caracterizaba ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinidad y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas "pacíficas". Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.

El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político de carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética. Sin embargo, con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxitos. De continuar aislado, el Estado proletario caería, más tarde o más temprano, víctima de dichas contradicciones. Su salvación está únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países más progresivos. Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente.

Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional. La conquista del poder dentro de las fronteras nacionales es para ellos, en el fondo, no el acto inicial, sino la etapa final de la revolución: después, se abre un período de reformas que conducen a la sociedad socialista nacional.

(León Trotsky: pp. 59-61)

Se hace necesaria una aclaración con respecto al primer punto, pues el concepto marxista de dictadura del proletariado ha sido a menudo entendido incorrectamente como equivalente a un régimen autoritario o dictatorial. Tiene poco de extraño que se haya dado tal equivocación, por otro lado, pues no hemos conocido históricamente ninguna dictadura del proletariado que no haya tenido dicho carácter, dicho sea de paso. Pero, en cualquier caso, el concepto de dictadura del proletariado definido por Marx conectaba directamente con el significado del vocablo dictadura en la Edad Antigua y no implicaba la imposición de una dictadura de partido (piénsese en la Roma clásica, y no en el moderno Estado totalitario). En otras palabras, Marx concebía la democracia burguesa como un régimen que, en realidad, no permite su propia transformación, se cuente o no con el apoyo democrático de la mayoría. Esto es así debido al hecho de que representa la forma política de Estado que mejor se adapta a los intereses económicos de la burguesía. Pues bien, frente a ello, Marx pensaba que el proletariado vendría a instaurar un régimen similar. Se trata, pues, de una dictadura económica, más que política o social, de la misma forma que la democracia representativa contemporánea también nos impone el sistema capitalista (retocado o no, mixto o no, pero sistema capitalista al fin y al cabo) como realidad económica imperante.

Habría también que recordar, con respecto a este primer aspecto del concepto de revolución permanente, que en el periodo de postguerra (esto es, tras la Segunda Guerra Mundial) no fueron pocos los países colonizados que alcanzaron su independencia aplicando una estrategia similar a la definida por Trotsky en esta obra: saltando por encima del periodo de democracia burguesa prolongada e instaurando directamente la dictadura del proletariado. Todos sabemos ya cómo acabaron dichos experimentos.

Con respecto al segundo punto (esto es, el carácter permanente de la revolución y sus transformaciones), se trata de algo que Mao trató de poner en práctica cuando lanzó su Revolución Cultural en los años sesenta y que, de hecho, se convirtió durante un tiempo en elemento central del maoísmo. No son pocos quienes aún afirman desde la izquierda revolucionaria que idea contiene de hecho la receta fundamental contra la burocratización del Estado y, en último término, la traición a la revolución misma que se dio en la URSS. Y, sin embargo, el hecho de que dicha estrategia fracasara allí donde se ha intentado aplicar (España durante la Guerra Civil gracias al apoyo del POUM y los anarquistas, empeñados en llevar adelante su "revolución en la revolución" o, como decíamos, el maoísmo chino durante los años sesenta) ya debiera darnos qué pensar. La fe trotskista en una revolución que se produce de forma continua hasta que acaba de extenderse por todo el planeta, conduciendo al triunfo final del socialismo, suena precisamente a eso: pura fe.

Y tenemos, por último, el tercer punto (el del carácter internacional de la revolución), íntimamente ligado al segundo, por supuesto. Aquí no queda más remedio que reconocerle a Trotsky el mérito de ser consecuente con las ideas de Marx, quien jamás imaginó la posibilidad de que el socialismo pudiera llegar a implantarse en un solo país. Sin embargo, tampoco es menos cierto que es bien fácil mantener dicha posición cuando no se tienen responsabilidades políticas al frente de un Estado como el soviético, donde ha triunfado aparentemente la revolución obrera y, sin embargo, fracasados los movimientos subversivos que se dieron en 1918 en países como Alemania o Hungría, se ha hecho bien patente la imposibilidad de extenderla a los países de su entorno. ¿Qué hacer entonces? ¿Entregar el poder a la burguesía y restaurar el capitalismo? ¿Lanzar ataques contra los países limítrofes? En fin, la papeleta no era nada fácil. Lo cierto es que la revolución triunfó en Rusia y fracasó en todos los demás países. Y también es igualmente cierto que las naciones capitalistas lograron mantener el peligro revolucionario a raya y establecer un sólido muro de contención. Esa era la realidad con la que tenían que verse los estadistas soviéticos.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Discusiones escolásticas y personalismos varios.

Si algo llama la atención sobre este volumen para alguien que lo lee un poco "desde fuera" (esto es, para alguien que no se siente identificado con la propuesta comunista) es la excesiva carga de personalismo y discusiones escolásticas que tenían lugar entre los miembros de la Internacional Comunista por aquellas fechas. Visto lo visto, tiene poco de extraño, desde luego, que se les echara el toro encima y no reaccionaran a tiempo frente al fascismo y el nazismo. Si Marx criticara los excesos irracionales del anarquismo y la escasa enjundia teórica del socialismo utópico, seguramente cabe también criticar las bizantinas discusiones sobre el sexo de los ángeles en que a menudo cayeron sus seguidores durante las décadas que siguieron a su muerte. En este sentido, La revolución permanente es una buena ilustración de este comportamiento hiper-teorizante y demasiado volcado sobre sí mismo que pareció apoderarse del movimiento comunista al poco de llegar al poder en Rusia (al menos en lo que respecta a Trotsky y los suyos, porque parece claro que si de algo pecaron sus oponentes, quienes apoyaon a Stalin y su despótico régimen del terror, fue precisamente de lo contrario: un chato pragmatismo que exigía sacrificarlo todo en el altar del socialismo en un solo país o, lo que es lo mismo, supeditar las estrategias en todos sitios a los intereses del nacionalismo ruso).

Pero, en fin, entremos en materia. Quizá haya quien piense que mis palabras son demasiado duras, sobre todo teniendo en cuenta que durante mucho tiempo se ha pensado en ciertos sectores de la izquierda que la teoría de la revolución permanente y el trabajo de Trotsky en general podían representar la corriente más "auténtica" del comunismo ruso. No vamos a discutir aquí si Trotsky cometiera o no sus excesos durante la guerra civil contra los rusos blancos (que sin duda los cometió), ni tampoco si en el caso de haberse hecho con el poder podría haber instaurado una dictadura tan cruenta como la de Stalin (lo que me parece bastante probable), sino que limitaremos nuestro comentario al texto en cuestión. Pues bien, el libro está repleto de citas como la siguiente:
Dejaré fijado aquí que Lenin, como he visto confirmado con particular evidencia ahora al leer sus viejos artículos, no llegó nunca a conocer el trabajo fundamental a que he aludido más arriba. Esto se explica, por lo visto, no sólo por la circunstancia de que la tirada del libro Nuestra revolución, publicado en 1906, fuera confiscada casi inmediatamente cuando ya todos nosotros nos hallábamos en la emigración, sino acaso también por el hecho de que los dos tercios del citado libro estaban formados por antiguos artículos y de que muchos compañeros —como pude comprobar después— no lo leyeron por considerarlo una compilación de trabajos ya publicados. En todo caso, las observaciones polémicas dispersas, muy poco numerosas, de Lenin contra la revolución pemanente se basan casi exclusivamente en el prefacio de Parvus a mi folleto Hasta el 9 de enero, en su proclama, que yo entonces desconocía, Sin zar, y en los debates internos de Lenin con Bujarin y otros. Nunca ni en parte alguna analiza ni cita Lenin, ni de paso, mis Resultados y perspectivas, y algunas de las objeciones de Lenin contra la revolución permanente, que evidentemente no pueden referirse mí, atestiguan directamente que no leyó dicho trabajo.

(León Trotsky: p. 88)

Y, se pregunta uno: ¿a quién diantres le importa si Lenin leyó tal o cual libro, tal o cual articulito de marras? Tenemos aquí un ejemplo perfecto de escolasticismo y hermenéutica cuasi-religiosa sobre los textos sagrados del profeta. Lo importante, al parecer, es saber qué opinaba Lenin sobre tal o cual teoría, tal o cual posicionamiento estratégico o incluso táctico, porque se se oponía frontalmente a él, entonces no queda más remedio que tirarlo a la papelera. Tiene poco de extraño, pues, que los comunistas rusos desarrollaran después el tan denostado culto a la personalidad que vino a caracterizar los años del estalinismo. No se trata, parece bien claro, de un fenómeno limitado a Stalin y su séquito, sino que, por el contrario, es un defecto que estaba presente ya en el leninismo inicial, y que afecta a Trotsky tanto como a los demás. Uno puede entrar a discutir si el personalismo estaba ya presente en la doctrina marxista como tal o, por el contrario, se trata de un añadido leninista, pero de lo que no cabe duda alguna es de que podemos verlo en páginas y páginas de este libro. De hecho, casi todo el volumen es un intento de Trotsky de justificar sus teorías contra las de Stalin recurriendo al supuesto favor del "profeta" Lenin. Como decíamos, uno no acierta a ver la diferencia entre este tipo de argumentación y la que se emplearía en una disputa teológica cualquiera: gana quien demuestre ser más fiel a la interpretación literal de los textos sagrados.

Este carácter semi-sagrado que se concede a la figura de Lenin queda aún más patente en otras partes del libro, como en la siguiente cita:
Naturalmente, desde el punto de vista formal, Radek puede apelar de vez en cuando a Lenin. Y es lo que hace: esta parte de los textos, todo el mundo la "tiene a mano". Pero, como demostraré más adelante, las afirmaciones de este género hechas por Lenin respecto a mí tenían un carácter puramente episódico y eran erróneas, esto es, no caracterizaban en modo alguno mi verdadera posición, ni aun la de 1905.

(León Trotsky: p. 107)

Nótese que Trotsky no argumenta (de hecho no lo hace ni una sola vez en este libro) que Lenin pudiera estar equivocado. Se limita a afirmar, una y otra vez, que sus enemigos no entendieron al "maestro" correctamente o incluso han tergiversado sus palabras, pero jamás se plantea siquiera la posibilidad de que Lenin pudiera estar equivocado.

En fin, no vamos a continuar por esta línea porque, como digo, el libro entero está trufado de ejemplos de esta actitud escolástica y dogmática. Si acaso, acabemos esta entrada con una cita más en la que queda bien claro no sólo esta actitud, sino también el aire general de disputa meramente personal que llega a adoptar este libro en numerosos pasajes:
Las mismas cuestiones, pero acaso con una fórmula aún más acentuada, se refieren a la revolución de 1917. Desde Nueva York juzgué en una serie de artículos la Revolución de Febrero con el punto de vista de la teoría de la revolución permanente. Todos estos artículos han sido reproducidos. Mis conclusiones tácticas coincidían por completo con las que Lenin deducía simultáneamente desde Ginebra, y, por lo tanto, se hallaban en la misma contradicción irreconciliable con las conclusiones de Kámenev, Stalin y otros epígonos.

Cuando llegué a Petrogrado, nadie me preguntó si renunciaba a los "errores" de la revolución permanente. Y no había por qué. Stalin se escondía púdicamente por los rincones, no deseando más que una cosa: que el partido olvidara lo más pronto posible la política sostenida por él antes de la llegada de Lenin. Yaroslavski no era aún el inspirador de la Comisión de Control, sino que estaba publicando en Kakutsk, en unión de los mencheviques, de Ordzhonikidze y otros, un vulgarísimo periódico semiliberal. Kámenev acusaba a Lenin de "trostkismo", y al encontrarse conmigo, me dijo: "Ahora si [sic] que está usted de enhorabuena".

(León Trotski: pp. 167-168)

Y en esa línea de dimes y diretes transcurre buena parte del libro. Cierto, hay otros pasajes que pueden dar lugar a fructíferas reflexiones y trataremos aquí sobre algunos de ellos. Pero, en líneas generales, me parece que este tomo es una pérdida de tiempo, a no ser que uno se acerque a él con algún interés histórico particular.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La revolución permanente

Uno de los libros señeros del pensamiento comunista, aunque a mi parecer bastante añado. En La revolución permanente, Trotsky argumenta a favor de la revolución democrático-burguesa como paso previo y necesario para el triunfo final del socialismo, aunque sea liderada por el proletariado en aquellos países en los que la burguesía no cuenta con suficiente fuerza. Asimismo, Trotsky teoriza en este volumen sobre la necesidad de extender la revolución más allá de las fronteras rusas (esto es, de internacionalizarla) como única garantía de su triunfo final. Como digo, el tomo se ha quedado, creo, bastante anticuado, aunque constituya un elemento esencial para entender las disputas internas del comunismo, por ejemplo.

Ficha técnica:
Título: La revolución permanente.
Autor: Leon Trotsky.
Editorial: Diario Público.
Edición: edición especial de diario Público, Madrid, 2009.
Páginas: 253 páginas.
ISBN: 437008-877778

martes, 3 de noviembre de 2009

La transferencia de tecnología y los obstáculos al desarrollo.

Buena parte de las teorías del desarrollo capitalista se han fundado en la idea de que es posible fomentar la transferencia de conocimiento técnico y científico (incluyendo, entre otras cosas, el conocimiento de los mecanismos de producción y todos los saberes relacionados con éstos). Sin embargo, Sacristán apunta la dificultad de transferir dichos conocimientos:
...los discursos sobre transferencia son bastante vacíos, porque la operación así mentada es en rigor imposible, ya que toda ciencia ha de arraigar profundamente en la sociedad que la cultiva.

(Manuel Sacristán: p. 39).
Mucho me temo, sin embargo, que Sacristán no se ajusta a los hechos. La transferencia de tecnología y los conocimientos técnicos y científicos puede ser bien difícil, qué duda cabe, pero no imposible. De hecho, se ha producido en diversos momentos históricos: el Japón de la Restauración Meiji durante el siglo XIX, por ejemplo, o el increíble proceso de modernización protagonizado por Taiwan o Corea del Sur en la segunda mitad del siglo XX. Tanto uno como otro suponen, sin duda, ejemplos de desarrollo económico claramente opuestos a las predicciones del pensamiento marxista ortodoxo. Es por ello, quizá, que Sacristán prefiere barrerlos bajo la alfombra. Si acaso, el problema me parece que debe ser planteado de una forma completamente diferente: en primer lugar, no todos los países subdesarrollados podrán seguir el ejemplo japonés o surcoreano; pero, segundo, buena parte de la transferencia de conocimiento que se está produciendo desde que se relanzara con todo vigor el proceso de globalización del capitalismo una vez desaparecido el bloque soviético va de la mano de la implantación de grandes multinacionales en dichos territorios, en lugar de consistir en el desarrollo de un capitalismo propiamente nativo. Cierto, países como China o la India han vivido un periodo de vigoroso desarrollo económico, pero otro tanto cabe decir de México hasta mediados o finales de los años noventa, pero en cuanto la mano de obra mexicana se encareció y se pudieron encontrar mercados laborales más baratos y flexibles que además ofrecían la promesa de convertirse también un mercados de consumo de enorme poder adquisitivo (es decir, la India y China), el capital de los países desarrollados no tuvo problema alguno abandonando al amigo mexicano para invertir en otros lares. ¿Quién garantiza que lo mismo no sucederá en China y la India? Quizá la cuestión no es tanto si la transferencia de tecnología es posible o no, sino más bien si los cambios que dicha transferencia pueda introducir en la estructura económica de los países en desarrollo van a mantenerse a largo plazo o, por el contrario, el capital internacional va a optar simplemente por trasladarse a un nuevo mercado en busca de costes laborales aún inferiores.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Pacifismo y comunismo.

Hay que reconocerle a Sacristán su honestidad intelectual, al menos en lo que respecta a su disponibilidad para plantearse cuestiones que, en principio, poca gente está dispuesta siquiera a considerar dentro de la izquierda comunista. Por ejemplo, en 1981 se plantea la siguiente cuestión con respecto al pacifismo:
Lo diré provocativamente puesto que se trata de provocar a la discusión: si la III Internacional o Gandhi. Sin duda Gandhi no ha conseguido una India artesana, pero la III Internacional tampoco ha conseguido un mundo socialista, de modo que por ahí se andan, tal vez, y en todo caso el aprovechamiento de la lección de Gandhi debería servir de verdad para potenciar a la larga políticamente los movimientos alternativos, los pequeños núcleos marginales o no tan marginales que existen, consiguiendo hacer un puente entre ellos y el grueso del movimiento obrero, al que considero de todos modos el protagonista principal.

(Manuel Sacristán: p. 29)
Puedo uno imaginar la reacción de muchos comunistas esa época, en la que tan recurridas eran las acusaciones de traición y aburguesamiento.

¿Es posible el reformismo ecológico?

No puede sorprender que Manuel Sacristán, un comunista reconocido, esté en claro desacuerdo con el reformismo socialdemócrata, desde luego. Siguiendo la tradición marxista, ve el capitalismo como un sistema esencialmente contradictorio no ya con la justicia social o el desarrollo más o menos igualitario de las naciones, sino incluso con la propia preservación de la naturaleza:
No es posibe conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible. Por eso lo razonablemente reformista es, también en esto, irracional.

(Manuel Sacristán: pp. 20-21).
La opción, para él, está bien clara: socialismo o barbarie. En esto no puede haber medias tintas. Ni puede existir un eco-capitalismo que se le antoja incluso más utópico que el socialismo, ni tampoco le parece pensable una salida meramente tecnológica al problema. En este sentido, Sacristán hubiera adoptado una actitud claramente escéptica ante los llamamientos de Obama a apostar por las energías renovables. No se hubiera opuesto a la política en sí, por supuesto, pero sí que le hubiera parecido impensable que el sistema capitalista fuera capaz de llevar a cabo una reestructuración real y profunda de su política energética. Sencillamente, apuntaría que los intereses de las grandes multinacionales acabarían por imponerse a las buenas intenciones de cualquier Administración. El problema, claro está, es que las cosas no son siempre tan nítidas. No va a ser la primera vez que el capitalismo acierta a adaptarse a las nuevas circunstancias. De hecho, si algo quedó claro durante el tumultuoso siglo XX es, precisamente, que el capitalismo tiene mucha más capacidad de adaptación de la que sus enemigos jamás imaginaron. Y ello sin entrar a analizar el hecho incontrovertible de que los sistemas del socialismo real fueron, en lo que respecta a su relación con el medio ambiente, tan contaminantes o más que el capitalismo "depredador". La filosofía productivista no es patrimonio sólo del capitalismo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Los límites al crecimiento y el economicismo de izquierdas.

A partir de los informes del Club de Roma, no son pocos quienes en el seno de la izquierda comienzan a adquirir lentamente conciencia de los llamados límites al crecimiento. Manuel Sacristán es precisamente uno de los primeros intelectuales comunistas que aciertan a ver esta tendencia y se esfuerza por integrarla dentro del marco teórico marxista y comunista. Así, en un momento en el que la izquierda tradicional (tanto comunista como socialista, todo hay que decirlo) aún está claramente dominada por las preocupaciones fundamentalmente economicistas de antaño, Sacristán advierte ya en 1979:
Por el modo como hemos aprendido finalmente a mirar a la Tierra, sabemos que el agente [revolucionario] no puede tener por tarea fundamental el "liberar las fuerzas productivas de la sociedad" suspuestamente aherrojadas por el capitalismo.

(Manuel Sacristán: p. 15)

La tradición marxista consistía en prometer una alternative incluso más eficiente económicamente que el capitalismo. No olvidemos la fanfarronada de Kruschev advirtiendo al capitalismo occidental a principios de los sesenta que la URSS pronto les superaría en todos los frentes, incluido el de la mera producción de bienes. La alternativa soviética, pues, no parecía consistir tanto en una forma distinta de hacer las cosas como en la promesa de mayor producción, mayor consumo y, eso sí, mayor justicia social. Pero la filosofía productivista que subyace a la ideología capitalista se mantiene firme. Esto es precisamente lo que pone en solfa Sacristán a finales de los setenta, lo cual tiene su mérito, pues no sería hasta la década de los ochenta cuando este tipo de preocupaciones centrada en la crisis ecológica llegue (y, aun entonces, muy débilmente) a nuestro país. Ahí sí que hay que reconocerle a Sacristán, cuando menos, su capacidad para pensar como un intelectual avant la lettre, lo cual no es moco de pavo para un país como el nuestro, tradicionalmente a remolque de lo que ha ido sucediendo en otros lugares.

sábado, 31 de octubre de 2009

Pacifismo, ecologismo y política alternativa


Incluido en la colección de pensamiento crítico del diario Público (iniciativa, por cierto, innovadora y encomiable), este volumen recoge una serie de ensayos escritos por Manuel Sacristán entre 1979 y 1985 sobre los temas mencionados en el título mismo: ecologismo, pacifismo, marxismo, asuntos y debates internos del PCE y el PSUC, la situación general de la izquierda en España, etc. Aunque se trata de un libro claramente situado en la tradición marxista, que no es la mía, merece la pena no obstante leerlo por algunas de las reflexiones que hace el autor sobre temas que todavía nos ocupan, sobre todo en lo que respecta a la naturaleza intrínseca del sistema capitalista como un régimen de explotación despiadada del medio ambiente capaz de reificar hasta las propias relaciones humanas.

Ficha técnica:
Título: Pacifismo, ecologismo y política alternativa.
Autor: Manuel Sacristán.
Editorial: Icaria Editorial/Diario Público.
Edición: edición especial de diario Público, Madrid, octubre 2009 (1985).
Páginas: 270 páginas.
ISBN: 437008-877778

viernes, 16 de octubre de 2009

The truth about the deliberations on the Senate floor.

Here is another topic that we tend to idealize. Who has not heard those paeans about how the Senate of the past, unlike that of today, truly made it possible to hold meaningful debates where one could change the Senators' minds? Now, did that truly ever happen, especially in modern times? I seriously doubt it. The legislative process is long, far loner than most citizens (especially those who never get involved in politics, who are the majority) imagine. The decisions are not truly made on the Senate floor, but rather in innumerable meetings and negotiations that take place behind the curtains. What we see on our TV is just the final staging of the whole process. Little else. As Obama explains:
...my colleagues and I don't spend much time on the Senate floor. Most of the decisions —about what bills to call and when to call them, about how amendments will be handled and how uncooperative senators will be made to cooperate— have been worked out well in advance by the majority leader, the relevant committee chairman, their staffs, and (depending on the degree of controversy involved and the magnanimity of the Republican handling the bill) their Democratic counterparts. By the time we reach the floor and the clerk starts calling the roll, each of the senators will have determined —in consultation with his or her staff, caucus leader, preferred lobbysts, interest groups, constituent mail, and ideological leanings— just how to position himself on the issue.

(Barack Obama: p. 14)

However, the important thing to notice here is that it is actually good that things happen this way. Why? First of all, because any piece of legislation is negotiated between the different parties involved, which means that the interests of different sections of the citizenry will be taken into account, therefore improving the process in the sense of making it more democratic. But, second, because it guarantees that the decisions are made over a period of time that is long enough to incorporate other elements into the process (input from the interest groups involved and affected by the piece of legislation at hand, feedback from the constituents, the point of view of the opponents and possible ways to work them into the final law...). Sure, the system is imperfect, but still much better than anything else human beings ever devised in the past. Or, to put it in very clear terms: once again, the perfect deliberation that so many people have in mind, where each and every legislator intervenes to present his or her point of view and listen to that of the others, adapting the final vote to what is discussed on the floor, is purely theoretical. It doesn't exist and never did exist... thank goodness. For, as I explain, neither the regular citizens nor the different organizations and interest groups representing them would ever have a say in such a "perfect" system.

jueves, 15 de octubre de 2009

A well entrenched cynicism towards politics & public service.

Obama starts his book telling us about the cynical attitude that many Americans adopt when discussing politics:
It's been almost ten years since I first ran for political office. I was thirty-five at the time, four years out of law school, recently married, and generally impatient with life. A seat in the Illinois legislature had opened up, and several friends suggested that I run, thinking that my work as a civil rights lawyer, and contacts from my days as a community organizer, would make me a viable candidate. After discussing it with my wife, I entered the race and proceeded to do what every first-time candidate does: I talked to anyone who would listen. I went to block club meetings and church socials, beauty shops and barbershops. If two guys were standing on a corner, I would cross the street to hand them campaign literature. And everywhere I went, I'd get some version of the same two questions.

"Where'd you get that funny name?"

And then: "You seem like a nice enough guy. Why do you want to go into something dirty and nasty like politics?"

I was familiar with the question, a variant on the questions asked of me years earlier, when I'd first arrived in Chicago to work in low-income neighborhoods. It signaled a cynicism not simply with politics but with the very notion of a public life, a cynicism that —at least in the South Side neighborhoods I sought to represent— had been nourished by a generation of broken promises. In response, I would usually smile and nod and say that I understood the skepticism, but that there was —and always had been— another tradition to politics, a tradition that stretched from the days of the country's founding to the glory of the civil rights movement, a tradition based on the simple idea that we have a stake in one another, and that what binds us together is greater than what drives us apart, and that if enough people believe in the truth of that proposition and act on it, then we might not solve every problem, but we can get something meaningful done.

(Barack Obama: pp. 1-2)

It's not something limited to the US, of course. Most Europeans view politics (not to talk of the politicians themselves) with the very same cynicism. Is it something new? Is this cynicism something that identifies our era, as many argue? I'm not so sure about it. We always hear of a past when things were supposedly better, people more straightforward and honest. However, it only takes a quick trip to the archives to see the letters to the editor from thirty, forty, sixty years ago. They dealt with the very same issues. They displayed the very same missaprehension towards politicians and businessmen, always considered the self-serving elite. My feeling is that there never was a golden age of politics, where our politicians were all humble statesmen who gave their lives away to serve the people. That is always an interpretation we make afterwards, years later, decades later even, way after the facts. On the spot, when it truly matters, a sizable chunk of citizens (perhaps the majority) always felt skeptical about their leaders. That's not news, I think. In that sense, there is no need to be overly pessimistic about it either. We are not going downhill, as some might have it.

The Audacity of Hope. Thoughts on Reclaiming the American Dream.

Second book written by Barack Obama, and number one on the New York Times' and Amazon's best-seller lists. Obama deals with most of the issues that would later become the central piece of his campaign to win the American Presidency in 2008: the divide between Republicans and Democrats, often considered to be artificial by Obama; what he considers to be the most important American values; his interpretation of the US Constitution; issues of faith, race and opportunity, etc. All in all, the book can be read as a political manifesto of sorts, a summary of the platform Barack Obama would later run on in 2008.


Technical description:
Title: The Audacity of Hope: Thoughts on Reclaiming the American Dream.
Author: Barack Obama.
Publisher: Three Rivers Press.
Edition: first paperback edition, New York (USA), 2006.
Pages: 375 pages, including index.
ISBN: 978-0-307-23770-5

sábado, 10 de octubre de 2009

Creatures with a thousand names.

Again, very much in the postmodern tradition, parts of Vurt read like an ancient Zen scroll with its difficult to understand metaphores about reality:
Beyond all this lies the FIFTH LEVEL. Fifth level beings have a thousand names, but Robomandogshadowvurt isn't one of them. They have a thousand names because everybody calls them something different. Call them what you like —you're never going to meet one. Fifth level beings are way up the scale of knowledge and they don't like to mingle. Maybe they don't even exist.

(Jeff Noon: p. 266)

Who are these beings then? They exist in the Vurt, sure. We know that much. But do they just live there or do they also have existence on this other side of reality? Because, once we start playing with the notion of virtual reality, that's precisely one of the problems: where do we draw the line? How do we distinguish what is real from what is not anymore? In the end, reality cannot be named. Or, to put it a different way, all its entities have a myriad of names (i.e., many different identities that coexist in one "being"). All this connects more with old Zen and Taoist concepts than with our own Western philosophical tradition, bent on building castles in the air since its very beginnings (long-lasting ideas that belong in the realm of metaphysics, where things supposedly remain as they truly are, unchanged and perfect. In other words, a chimera.

lunes, 5 de octubre de 2009

The real meaning of virtual reality: it has no meaning

Interesting conversation between Tristan and Scribb over the meaning of it all:
"Don't get involved, Scribb. Some crazy religion, that's all. They think Vurt's more than it is, you know? Like it's some higher way or something. It's not. Vurt is just collective dreamings. That's all. Christ! Isn't that enough for them?"

(Jeff Noon: p. 220)

No, there is nothing special behind it. No hidden reality. No deep knowledge. No supernatural experience. It's all made up. It's a collective dream. A collective work of art that we all create at the same time. And yet, isn't that fascinating enough? Doesn't that prove our power to create new realities, new worlds without a need to go further beyond what is there? What need is there to invent a religion to explain it all?

It's all very postmodern, actually. In that sense, Vurt is a clear member of the cyberpunk tradition invented by William Gibson and others.

martes, 29 de septiembre de 2009

A nice detail.

I know it's a little detail, something without much importance. However, I did like the sentence that appears right before the first page of the story with the following sentence:
A young boy puts a feather into his mouth...

The last sentence of the book is:
...a young boy takes a feather out of his mouth.

It provides for some consistency and sense of closure. As I said, I know it's not important at all. It's a little detail but... I liked it.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Feathers?

I find it quite strange that Jeff Noon resorted to such a low-tech mechanism as feathers to allow the access to a virtual world. It just feels weird. It's difficult to visualize that in a future where humans can immerse themselves in an alternate reality, the tool used to do is just color-coded feathers (?!). Wouldn't it make more sense to "jack into" the virtual world, literally, by using a plug inserted into our bodies? Heck, if one chooses to go the low-tech route, even pills would have been a better choice, I think.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Vurt


A science fiction novel written by British author Jeff Noon that won the Arthur C. Clarke Award in 1994. The book tells the story of Scribble and his gang, the Stash Riders, as they search for his missing sister (and lover), Desdemona. Set in an imaginary version of Manchester, in a society that revolves around Vurt, a hallucinogenic shared reality that can be accessed by sucking on color-coded feathers.

It has been somehow compared to William Gibson's famous Neuromancer novel, which popularized the science fiction genre known as cyberpunk. Nevertheless, other reviews chose to emphasize its implausible science and "wild and kaleidoscopic" yet unsatisfying plot.

Technical description:
Title: Vurt.
Author: Jeff Noon.
Publisher: St. Martin's Griffin.
Edition: New York (USA), 1993.
Pages: 342 pages.
ISBN: 978-0-312-14144-8

martes, 18 de agosto de 2009

Breve selección de haikus.

Ahí quedan otros cuantos ejemplos de la maravillosa simplicidad lacónica del haiku:

Lo simple y delicado, aunque bello:
Revolotea
la mariposa amarilla
sobre el agua.

(Masaoka Shiki: Haijin: p. 33)

Lo efímero de la belleza en toda su fragilidad:
La camelia,
plenamente florecida,
es ya fea.

(Takahami Kyooshi: Haijin, p. 37)

La ternura de la pareja de recién casados:
Primavera
junto a la almohada.
Mi esposa apaga la luz.

(Hino Shoojoo: Haijin, p. 43)

También lo cómico y ligero tiene lugar en la poesía del haiku:
Si a la luna llena
le ponemos un mango:
¡qué buen abanico!

(Yamazaki Sookan: Haijin, p. 49)

Preciosa imagen de soledad nocturna:
Noche de luna.
Sale el grillo
y canta en la piedra.

(Chiyojo: Haijin, p. 76)

Y, por último, la crudeza del gélido invierno:
¡Esta será
mi última casa!
Metro y medio de nieve.

(Kobayashi Issa: Haijin, p. 98)

lunes, 17 de agosto de 2009

Una estrategia para el despegue.

Y llegamos por fin a las últimas páginas del libro, donde Rojas-Marcos adelanta un esbozo de solución a los problemas que ha ido describiendo en las páginas precedentes:
Ante esta situación general, la solidaridad que precisa Andalucía no se circunscribe sólo a transferencias de renta. La política exclusiva de subvenciones y ayudas no hace más que retrasar nuestro desarrollo...

Lo que necesitamos es corregir el desequilibrio territorial básico, la desigualdad en los factores clave de generación de riqueza: educación, infraestructuras -especialmente de comunicación- y tejido empresarial innovador autóctono. Necesitamos llegar a ser una economía productiva con dinamismo propio, no subsidiada ni marginal.

Más allá de estas consideraciones, en el fondo de esta desigualdad se esconde la causa última que sólo nosotros podemos remediar: la falta de ambición, algo que nadie puede prestarnos.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 129)

Una vez más, tampoco se trata de nada nuevo. Que el mero subsidio no es la solución a nuestros problemas, ¿quién lo pone en duda? ¿Significa eso que debiéramos renunciar a las ayudas del Estado y la Unión Europea? Los andalucistas desde luego serían los primeros en poner el grito en el cielo y sacar a la palestra el concepto de solidaridad. ¿Qué hacer, pues? Cierto, tenemos que transformar nuestra estructura económica y social, dice Rojas-Marcos. Debemos pasar por una transición que nos permita reducir el peso de los sectores tradicionales de nuestra economía (agricultura, turismo...) y fomentar aquellos otros sectores donde se crea mayor valor añadido. Estupendo. Una vez más, ahí creo que estamos todos. El problema, por supuesto, es cómo hacerlo, y ahí es donde Rojas-Marcos tiene bien poco que ofrecer, salvo unas cuantas recetas genéricas que ya conocemos todos sobradamente. Habla de "una intervención pública deliberada" para fomentar el paso de un modelo económico al otro, movilizando recursos, seleccionando a aquellos individuos con mayor talento y exigiendo calidad. En fin, un magnífico listado de generalidades que seguramente sonarán bien a todos los andaluces y andaluzas, pero que no entra jamás a exponer ideas concretas.

Peor aún, Rojas-Marcos parece ignorar que dicha transformación de nuestra estructura económica tendrá inevitablemente consecuencias sociales, generando unos ganadores y unos perdedores claros. ¿Cómo piensa él afrontar ese otro problema? ¿Qué sucederá con la Andalucía rural, la que tanto tiene invertido en el sector de la agricultura? ¿Y qué decir de los efectos que dicha transformación pueda tener en nuestra identidad, que en un principio debiera ser algo de vital importancia para un nacionalista como él?
Yo no tengo problema alguno con el programa que expone, pero él parece obviar no sólo las dificultades para llevarlo a cabo (que van mucho más allá, por supuesto, de la supuesta indiferencia de los gobernantes socialistas, como implica el autor), sino también las consecuencias que tendrá para millones de andaluces que no tendrán más remedio que reciclarse a marchas forzadas. Nada de eso merece siquiera una reflexión en el libro. En su lugar, prefiere sumergirse en la retórica al uso:
Entre las cosas esenciales que debe hacer el Gobierno andaluz es fraguar un pacto con las fuerzas políticas sobre las líneas maestras de la estrategia global, que garantice su continuidad a largo plazo, gobierne quien gobierne.

Pero debe, además, negociar las condiciones salariales, fiscales, de flexibilidad laboral y horaria, así como los objetivos de inversión en áreas prioritarias, para que Andalucía pueda competir con ventaja para captar las inversiones, la tecnología y el talento que necesita atraer del exterior. No basta con la paz social de la mediocridad, que garantice la tranquilidad de que todo quede como está para los instalados de la sociedad, mientras un tercio de esa sociedad se queda al margen.

(Alejandro Rojas-Marcos: pp. 134-135)

Muy cierto todo, pero se trata de generalidades con las que difícilmente nadie puede estar en desacuerdo. El problema, por supuesto, está en los detalles: ¿de qué condiciones salariales y fiscales habla? ¿A qué tipo de flexibilidad laboral y horaria se refiere? Peor aún: ¿cómo se implementa? ¿Por decreto? No escondo mi preocupación de que un PSOE demasiado dependiente de sus apoyos electorales en las zonas rurales esté perdiendo a pasos agigantados la capacidad política de llevar a cabo este tipo de transición de nuestro modelo económico, pero hecho en falta asimismo cierta valentía por parte de Rojas-Marcos a la hora de reconocer bien a las claras que dicho programa tendrá consecuencias negativas sobre una buena parte de la población, que tendrá que adaptarse a las nuevas circunstancias. En otras palabras, no leo en ningún sitio que hable de sangre, sudor y lágrimas, ni tampoco que demande sacrificio alguno de andaluces y andaluzas, cuando todos sabemos que las consecuencias de dicho programa de transformación requiere esos sacrificios.

Por último, hay un punto que me parece de extraordinaria importancia, a pesar del hecho de que Rojas-Marcos sólo lo menciona de pasada: nada de esto será posible sin la ambición de todos los andaluces y andaluzas. Y, en este sentido, creo que bien poco puede aportar el andalucismo. Si algo nos sobra en nuestra tierra es precisamente esta conciencia narcisista que nos lleva a pensar demasiado a menudo que somos el centro de la creación, el lugar donde mejor ha prosperado la filosofía del saber vivir (como el propio Rojas-Marcos indica en el libro en un par de ocasiones). Teniendo esto presente, ¿quién piensa que el nacionalismo vaya a poder romper las cadenas de la autosatisfacción que vienen lastrando nuestro desarrollo desde hace tanto tiempo? Personalmente, sólo veo como posibilidad de futuro la apuesta por un proyecto de modernización que nos saque del estupor autocomplaciente. Y esto, desde luego, no es posible desde los esquemas de un nacionalismo que tiene la necesidad de fomentar precisamente eso, la autocomplacencia, el narcisismo.

sábado, 15 de agosto de 2009

La España asimétrica.

Y llegamos, ya en el capítulo quinto, al tema que tanto ha dado que hablar en estos últimos años, sobre todo a raíz de las reformas de algunos estatutos de autonomía durante el Gobierno de Zapatero:
En este contexto de cambio en el mundo globalizado y en proyecto europeo, en España se avecina un nuevo periodo constituyente que pone nuevamente en cuestión el arco de bóveda de nuestro sistema constitucional: la ordenación territorial del Estado.

La actual ofensiva neoconstituyente, desde Cataluña y Euskadi, a favor de una España asimétrica, tiene sus orígenes en las catacumbas de la Dictadura franquista, donde los primeros demócratas ya apostaban por la asimetría al referirse a la estructura territorial del Estado español. Socialistas, comunistas y nacionalistas catalanes y vascos apoyaban esta tesis, fundamentalmente, con un argumeto de facto: la aprobación de los Estatutos Catalán y Vasco durante la II República, que consagró a Cataluña y Euskadi como "regiones autónomas". Naturalmente, el uso de este argumento les obligaba a incluir a Galicia. No obstante, los argumentos ideológicos de las citadas fuerzas políticas diferían, porque nacionalistas catalanes y vascos alegaban, además, su conciencia de pueblo, su identidad nacional y su voluntad colectiva.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 105)

¿Podemos remontar los orígenes de la España asimétrica realmente a esa época de la que habla Rojas-Marcos? Después de todo, como él mismo afirma, durante la Segunda República solamente llegaron a aprobarse dos estatutos de autonomía, el catalán y el vasco. Otros dos, el gallego y el andaluz, estaban comenzando los trámites, aunque no puede dudarse que el primero estaba sin duda más avanzado en ese proceso que el segundo. Es más, en tanto que parece claro que Galicia hubiera acabado teniendo su propio estatuto de autonomía si la República no hubiera sido interrumpida por el golpe de Estado de Franco, no puede decirse lo mismo con respecto a Andalucía. En otras palabras, puede parecer bien o mal, puede doler o no, pero lo cierto es que, en lo que respecta a la identidad nacional dentro del Estado español, existe de hecho una asimetría fácilmente verificable que no puede achacarse totalmente a la invención por parte de ciertas fuerzas nacionalistas, ni tampoco de los socialistas y comunistas durante el tardofranquismo. En este sentido, me parece que Rojas-Marcos peca de simplista. De ahí que concluya:
Como conclusión, podríamos afirmar que la mayor diferencia, en términos prácticos reales, que define la llamada España asimétrica, es la diferencia política de un poder autóctono con capacidad de presión e influencia sobre el conjunto de España. Poder autóctono que no existiría si no estuviera sostenido por una diferencia económico-social que juega a su favor. Esta es la realidad de fondo y el sentido último que se vislumbra tras el proyecto de la España asimétrica. Sin el poder económico y social que la sostiene no tendría sentido ni fuerza. Aquí la diferencia de poder se confunde con el poder de la diferencia.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 109)
Cierto, lo que marca la diferencia es la asimetría de poder entre, digamos, Cataluña y La Rioja. Hay ahí una asimetría evidente. Pero lo que no se pregunta Rojas-Marcos es porqué existe dicha asimetría. Él parece pensar que la diferencia de poder lleva a una mayor consolidación de la identidad, cuando quizá lo contrario sea lo cierto: son precisamente aquellas comunidades con un mayor sentido de la identidad las que cuenta con una mayor cuota de poder. En otras palabras, Rojas-Marcos hace una explicación claramente deficiente del fenómeno: explica el mayor sentido de la identidad en ciertas comunidades autónomas como consecuencia de gozar con una mayor cuota de poder, pero no dice de dónde pueda provenir dicha mayor cuota de poder.

jueves, 13 de agosto de 2009

El haiku y lo andaluz.

Ricardo de la Fuente nos habla en la presentación del libro sobre la influencia que el haiku ha tenido en la poesía española e hispanoamericana a partir de principios del siglo XX. De hecho, ya a finales del siglo XIX llega a Europa de la mano del Parnasse Contemporaine y, algo más tarde, de los impresionistas. Pero fue a patir de los años veinte cuando se extendió entre nuestros poetas, encontrando en Antonio Machado un firme defensor (algo que se observa, sobre todo, en su volumen titulado Nuevas canciones). La teoría puede parecer descabellada, pero lo cierto es que algunos elementos de la poesía del haiku y algunos de los poemas incluidos en esta antología pueden trasladarse casi literalmente a la realidad andaluza. Ahí van algunos ejemplos:

La hormiga
se destaca
en el albor de la peonía.

(Yosa Buson: Haijin, p. 54)


Donde se juega con el contraste entre la blancura de la peonía y el negro color de la hormiga. ¿Cuántos contrastes como éste no se verán en el paisaje andaluz? Se trata, además, de una imagen muy usada también en nuestra poesía.

¿Y qué decir de éste otro?
Canto de cigarra.
Aunque no lo parece,
pronto morirá.

(Matsuo Bashoo: Haijin, p. 50)

¿Quién ha pasado por nuestra tierra andaluza y no recuerda el canto de la cigarra (o, como se la denomina por aquí, la chicharra)?

Otro poema, algo más centrado en los estereotipos, también puede aplicarse a Andalucía:

Golondrinas.
Da cabezadas
el albañil.

(Masaoka Shiki: Haijin, p. 31)


Finalmente, éste otro también puede concebirse en nuestro entorno, aunque quizá haya que sustituir el estanque (casi siempre seco por estos lares durante el verano) por el río:

En el estanque
la hierba flotante se mueve.
Noche fresca.

(Takahama Kyooshi: Haijin, p. 61)

Claro que casi lo mismo puede decirse de otros poemas y otros paisajes. También hay en esta antología loas al paisaje nevado que tendrían bien poca cabida en mi Andalucía natal. Y es que, supongo, cada uno puede leer en la poesía lo que quiera. Con esto sucede casi como con las predicciones del zodíaco.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Los problemas de la traducción aplicados al haiku.

La traducción, siempre difícil en el caso de cualquier texto literario, se hace aún más difícil en el caso de la poesía. Ni que decir tiene que el haiku dificulta todavía más la labor, tanto por el hecho de que está escrito originalmente en una lengua tan distinta a la nuestra como por su propio laconismo. De hecho, según cuentan quienes saben, el haiku carece a menudo de verbos, si bien éstos aparecen en la traducción para hacerlo al menos legible. Tiene poco de extraño, entonces, que nos encontremos con una enorme disparidad en las traducciones de un mismo poema. Tomemos, por ejemplo, el caso del siguiente haiku, sobradamente conocido por quienes se han molestado en investigar siquiera los fundamentos del espiritualismo oriental:
En el espejo antiguo del estanque
se sumerge una rana.
Ruido de agua.

(Matsuo Bashoo: Haijin, p. 25)

Una traducción alternativa de Octavio Paz figura en una nota a pie de página en este mismo volumen:
Un viejo estanque:
salta una rana ¡zas!
chapalateo

Por último, la primera vez que leí este famoso haiku de Bashoo fue en un libro de Luis Racionero, Filosofías del underground:

El viejo estanque,
una rana se zambulle:
el sonido del agua.

(Luis Racionero: Filosofías del underground, Anagrama, octubre 1987, p. 83)

Quizá sea que esa primera traducción se ha quedado grabada en mí con mayor profundidad, precisamente por ser la primera que leí. Sea como fuere, el caso es que la sigo prefiriendo a las otras que he leído hasta ahora, a pesar de su similitud con la de este volumen que aquí comentamos, traducido por Ricardo de la Fuente.

El proyecto de integración europeo y la "política exterior" andaluza.

Rojas-Marcos se nos muestra como un claro europeísta (federalista, por más señas) en el capítulo dedicado al proyecto de integración europeo. Quizá algunas citas vengan a ilustrar esto:
La única medida real, capaz de alterar el proceso de alejamiento de los ciudadanos respecto de la Unión es la elección directa del Presidente de la Comisión Europea, auténtico presidente de Europa.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 85)

Una Unión Europea meramente estatal y supraestatal, sin referencia a sus pueblos, será un cuerpo sin alma. La institucionalización de Europa estará coja mientras gire exclusivamente en torno a instituciones supranacionales e intergubernamentales.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 86)

Europa debe optar por un proyecto abierto y un entendimiento político de la identidad de Europa, basado en sus instituciones y sus valores ciudadanos, en lugar de por un etnicismo y un culturalismo imposible de definir sin dejar fuera a una parte significativa y creciente de su población.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 93)

Cierto todo ello, pero se trata de algo igualmente compartido por otras fuerzas políticas, al menos del centro y centro-izquierda e incluso algunas del centro-derecha (los partidos democristianos, que siempre han mostrado una posición favorable al proceso de integración). Tan sólo en los últimos años hemos asistido al crecimiento del llamado euroescepticismo entre los partidos más conservadores, así como un retorno a la oposición al proyecto de integración por parte de una izquierda más o menos radical que lo identifica con el capitalismo puro y duro, como sucediera durante la década de los setenta. En cualquier caso, ni la propuesta de elegir al Presidente de la Comisión Europea de forma directa es original, ni tampoco parece que Rojas-Marcos entre a detallar en qué consiste esa Europa abierta y con una clara identidad política. Sí, entiendo que se refiere al concepto habermasiano de patriotismo constitucional, que por otro lado también es ampliamente compartido por casi todas las fuerzas políticas europeas. Pero ni siquiera intenta dibujar con unos cuantos brochazos en qué pueda consistir dicho proyecto. No pasa de generalizaciones y declaraciones de intenciones. Se trata de un defecto muy extentido entre los político, por cierto. Prefiere dejarlo todo en buenas intenciones y generalidades para que la oposición sea mínima, aunque el coste de tomar dicha actitud sea, por supuesto, la esterilidad política. Un problema, por cierto, muy típico de fuerzas políticas como la suya, que tantos bandazos ha dado en lo que respecta a su identificación ideológica. Lo suyo es presentarse como abanderado de los intereses andaluces, no concretar cuáles son los postulados ideológicos (esto es, los principios filosóficos fundamentales, los valores políticos) que les guían.

Por cierto, que se nos vuelve a plantear una vez más el mismo problema: ¿cómo piensa Rojas-Marcos influir en el proceso de integración europea desde las filas del andalucismo? ¿Con un único representante en el Parlamento Europeo en el mejor de los casos? ¿Sin compromiso alguno en ninguna formación política nacional o supranacional? Como decíamos sobre el capítulo del libro dedicado al análisis de los problemas globales: se trata, sin lugar a dudas, de una contradicción intrínseca de los nacionalismos periféricos.

martes, 11 de agosto de 2009

Haijin. Antología del haiku.

Antología de haikus japoneses agrupados según sus kigo en las cuatro estaciones del año. Esta edición incluye numerosas notas y comentarios a pie de página que vienen a aclarar el significado de muchos de los elementos incluidos en los versos, algo siempre necesario en un tipo de poesía tan extraña a la tradición occidental.

Ficha técnica:
Título: Haijin. Antología del haiku.
Autor: Varios autores.
Editorial: Hiperión.
Edición: cuarta edición, Madrid (España), 2008.
Páginas: 114 páginas, incluyendo índice de autores.
ISBN: 978-84-7517-351-1

"Un mundo nuevo", pero nada realmente nuevo que decir.

El capítulo titulado Un mundo nuevo merece cierta consideración si se quiere hacer un somero repaso al contexto internacional en que se desarrolla cualquier acción política hoy en día. No podemos decir, sin embargo, que Rojas-Marcos nos descubra nada nuevo. Se trata, por el contrario, de un análisis que hemos leído y oído en muchísimas ocasiones, algo con lo que cualquier individuo medianamente informado debiera estar ya familiarizado de sobra: la globalización de todas las facetas de la vida, las interrelaciones entre los países, la complejidad e inestabilidad del sistema internacional, la debilidad de la ONU, las intervenciones humanitarias, el Derecho Penal Internacional... en fin, un compendio de elementos y asuntos bien conocidos. Si acaso, merece la pena destacar algunas citas porque resumen sucintamente la naturaleza de algunos de los problemas. Por ejemplo, la falta de medios para responder a situaciones de crisis humanitaria:
No existe un sistema de emergencia civil internacional ni una fuerza de seguridad de intervención rápida, para socorrer en los desastres e impedir las matanzas. Pero, sobre todo, no existe una doctrina que defina cuándo, cómo, quién y con qué derecho y recursos interviene por razones humanitarias.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 66)

O, por poner otro ejemplo, la debilidad estructural de las Naciones Unidas, impedida casi por diseño de intervenir de forma activa en muchas de las crisis internacionales que se producen:
La gestión de los conflictos políticos y militares también ha sido ad hoc, limitada y unilateral, y siempre dominada por los intereses de Estados Unidos. Naciones Unidas ha quedado convertida casi en una organización benéfica, a la que en las crisis se le pide asistencia y se le impide gestión.

(Alejandro Rojas-Marcos: pp. 66-67)

Todo bien cierto. Ahora bien, ¿qué propone Rojas-Marcos que se haga desde el ámbito político autonómico? Ahí radica, me parece a mí, uno de los puntos débiles de la propuesta política nacionalista o regionalista: vivimos en un mundo globalizado claramente dominado por el efecto mariposa (esto es, donde una pequeña crisis en la otra punta del mundo nos puede afectar a todos), y lo que se nos propone desde el andalucismo es precisamente mirarnos al ombligo, defender "lo nuestro", afirmar nuestra identidad en lugar de abrirnos a los otros y, finalmente, limitar nuestra esfera de acción política a nuestra comunidad autónoma. La verdad es que no veo cómo pueda contribuir eso a solucionar los problemas globales de que nos habla el propio Rojas-Marcos. Es más, si acaso lo hará más difícil, pues el nacionalismo ni siquiera se preocupa de incardinar su acción política cotidiana en un proyecto nacional (mucho menos internacional) que contribuya a la resolución de esos problemas globales a los que hace referencia este capítulo.

lunes, 10 de agosto de 2009

La idea de la Andalucía aletargada.

Rojas-Marcos apunta y dispara ya desde las primeras páginas del libro:
En términos relativos, en el reparto de cartas de este poker del poder, los andaluces estamos donde estábamos, con las mismas cartas que hace un cuarto de siglo.

(...)

Andalucía sigue en su letargo, subsidiada por quienes la quieren inactiva, enganchada a los fármacos de la dependencia y ensimismada por el encanto de sus privilegios naturales: clima, paisaje, tradiciones y, sobre todo, esa gran cultura del saber vivir. Mientras, la Historia moderna, la que determina el progreso material y social, le pasa de largo. Y nosotros, el Andalucismo que la puso en pie al principio de la Democracia, hemos sido incapaces de despertarla de nuevo.

(Alejandro Rojas-Marcos: pp. 27-29)

Se trata de una idea, sin duda, muy extendida entre nuestros conciudadanos. ¿Quién no ha oído hablar de las "redes clientelares" que supuestamente se extienden por toda Andalucía e impiden el desarrollo de nuestra región? Según estos comentaristas, si no fuera por la subyugación a que nos someten las élites, la poderosa creatividad andaluza saldría a la superficie y nos sacaría de nuestro secular atraso en un santiamén. Pero, claro, el problema está en las élites. Para unos (casi siempre quienes escriben desde la izquierda), estas élites despóticas se identifican con las fuerzas tradicionalistas de siempre: los latifundistas, el clero, el boticario, la Guardia Civil, la casta privilegiada de costumbre. Para otros (los de derechas), la democracia ha creado una nueva élite: la casta gobernante de los socialistas, que lleva ya casi treinta años en el poder y sólo se preocupa de asegurar su permanencia. Rojas-Marcos parece optar en este libro por una tercera vía y arremete contra ambas élites. O, lo que es lo mismo, arremete contra tirios y troyanos, culpa a todo dios del letargo andaluz que él mismo identifica y, a fin de cuentas, parece achacarlo todo a la falta de confianza de los ciudadanos en un andalucismo que no ha sabido ganarse el favor de los andaluces (aquí es únicamente donde se permite ciertas dosis de autocrítica, aunque nunca va demasiado lejos, la verdad).

Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto? Veamos. ¿Es cierto, en primer lugar, que Andalucía se haya quedado tal y como estaba durante estos últimos treinta años? Todo depende de las simpatías políticas de cada cual, supongo. Sí, Andalucía continúa estando situada en el furgón de cola en nuestro propio país, comparada con las demás autonomías. O, lo que es lo mismo, en términos relativos no hemos avanzado en demasía, al menos en lo que respecta a las principales estadísticas que suelen emplearse para este tipo de comparaciones (product interior bruto, ingresos per cápita, etc.). Sin embargo, tampoco puede decirse que nos hayamos quedado parados. Hemos avanzado en todos los aspectos, por supuesto, y la única razón por la que seguimos situados en el furgón de cola es porque el resto de las comunidades autónomas han avanzado igualmente. ¿Supone esto un fracaso? Quizá, pero supone un fracaso de la política de desarrollo seguida desde la Junta de Andalucía en la misma medida que supone también un fracaso de las políticas seguidas desde el Gobierno central o desde la propia Unión Europea. No nos engañemos. Es más, por desgracia, son pocas las regiones del mundo que han avanzado en término absolutos y relativos en las últimas décadas. Cierto, ha habido algunas y Rojas-Marcos las menciona en su libro (Irlanda, Corea del Sur, Singapur...), pero se trata de excepciones que confirman la regla. Además, se trata también de países que partían de una posición de subdesarrollo bastante extrema (caso de Singapur o Corea del Sur) o que cuentan con la ventaja de compartir lazos culturales y lingüísticos con el mundo anglosajón (caso de Irlanda). En fin, que las cosas son un poco más complejas de lo que Rojas-Marcos quiere hacernos ver. Los expertos en economía vienen discutiendo desde hace mucho tiempo cómo puede potenciarse el desarrollo económico, y ninguno ha sido capaz de ofrecer todavía ninguna receta mágica. No hay más que echarle un vistazo a las otras regiones más pobres de la UE para observar que prácticamente todas se encuentran en la misma situación que Rojas-Marcos critica en el caso andaluz.

En fin, que la retórica del letargo suena un poco demagógica, sobre todo viniendo de alguien que ha estado activamente implicado en la política desde los comienzos de la transición y podría haber hecho más para solucionarlo, se supone. Por un lado se critica la política que mantiene a Andalucía "subsidiada por quienes la quieren inactiva", pero por otro se monta la marimorena si alguien osa tocar los fondos de cohesión o el concepto de solidaridad interterritorial dentro del Estado español, momento en el que los andalucistas aprovechan siempre para lanzarse a la yugular del Gobierno de turno con argumentos anti-catalanistas de lo más manido. ¿En qué quedamos, pues? ¿Consideramos la inversión pública en nuestra región mero subsidio, soborno ligeramente disimulado, o, por el contrario, la vemos como derecho adquirido, reflejo de una política de solidaridad necesaria? Sí, ya sé, los fondos pueden invertirse en un lugar o en otro, en un sector económico o en otro. Pero el mismo Rojas-Marcos reconoce que sí se ha avanzado enormemente en infraestructuras de transporte durante estos años. ¿Quizá debiéramos haber invertido más en educación y formación de nuestra mano de obra? Quizá. Pero el esfuerzo inversor que se ha llevado a cabo en infraestructuras de transporte no puede descalificarse como mero "subsidio". En todo caso, habrá que ver qué es lo que propone Rojas-Marcos en este libro (ya lo discutiremos más adelante). Pero, de momento, me parece de vital importancia subrayar que el desarrollo económico de una nación o una región (lo que Rojas-Marcos seguramente denominaría "salir del letargo") implica algo más que aplicar unas determinadas políticas. Implica también la participación activa de la sociedad civil como tal. ¿Quién tiene la valentía de dirigirse a los ciudadanos y hacerles ver que también ellos han fallado durante estos años, que podrían haber hecho más, que en última instancia la responsabilidad de una sociedad vibrante y una economía sólida está en sus manos, y no en las del Gobierno de turno?

jueves, 6 de agosto de 2009

Contra el letargo andaluz.

Ex-Alcalde de Sevilla y fundador del Partido Andalucista, Alejandro Rojas-Marcos reflexiona en estas páginas sobre el papel que le toca desempeñar a Andalucía en un mundo globalizado, una Europa que se está construyendo poco a poco y una España, según él, claramente asimétrica. Ante todos estos retos, no queda más remedio que despertar a Andalucía del letargo en el que, según Rojas-Marcos, se encuentra actualmente.

Ficha técnica:
Título: Contra el letargo andaluz. Andalucía ante la revolución global, la nueva Europa y la España asimétrica.
Autor: Alejandro Rojas-Marcos.
Editorial: Almuzara.
Edición: primera edición, Córdoba (España), 2004.
Páginas: 179 páginas.
ISBN: 84-933901-9-4

domingo, 26 de julio de 2009

Fedora y la ciudad ideal.

Maravillosa metáfora de la ciudad ideal y la utopía:
En el centro de Fedora, metrópoli de piedra gris, hay un palacio de metal con una esfera de vidrio en cada aposento. Mirando el interior de cada esfera se ve una ciudad azul que es el modelo de otra Fedora. Son las formas que la ciudad hubiera podido adoptar si, por una u otra razón, no hubiese llegado a ser como hoy la vemos. Hubo en todas las épocas alguien que, mirando a Fedora tal y como era, imaginó el modo de convertirla en la ciudad ideal, pero mientras construía su modelo en miniatura Fedora ya no era la misma de antes y lo que hasta ayer había sido su posible futuro ahora sólo era un juguete en una esfera de vidrio.

(Ítalo Calvino: p. 45)
Aviso para navegantes del que hubieran de tomar buena nota todos aquellos que aún se empeñan en construir sus utopías en la tierra, sean del color ideológico que sean. Las ciudades (y, del mismo modo, los países, las sociedades en general) jamás se quedan paradas, sino que continúan evolucionando constantemente. Las utopías, por el contrario, son perfectas solamente en su inmovilidad e intemporalidad. Es decir, que son perfectas precisamente porque no son reales, porque no se han llevado nunca a la práctica. Como de sobra aprendimos en el siglo XX, cuando alguien finalmente se atreve a aplicarlas, se convierten rápidamente en pesadilla.

Despina: la ciudad ambivalente.

La descripción que hace Cavino de Despina me parece intrigante por su ambivalencia:
De dos maneras se llega a Despina: en barco o en camello. La ciudad es diferente para el que viene por tierra y para el que viene del mar.

(Ítalo Calvino: p. 32)

¿Pero en qué sentido son dos ciudades distintas? Quien se acerca a ella en camello ve, desde el desierto, todos los rasgos que caracterizan al mar: antenas de radar, chimeneas, embarcaciones... Por su parte, quien se aproxima a ella desde el mar, ve elementos que se asocian al desierto: la giba de un camello, una larga caravana... En fin, que cada uno ve quizá lo que ansía ver tras un largo viaje por el desierto o el mar: precisamente lo contrario de lo que ha vivido en las últimas semanas o meses. Nunca nos queda claro del todo si se trata de mera imaginación o de una realidad fantástica, de una experiencia objetiva o subjetiva, pero no cabe duda alguna de que refleja el inconformismo del espíritu humano. Tal y como concluye Calvino el capítulo:

Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone; y así ven el camellero y el marinero a Despina, ciudad fronteriza entre dos desiertos.

(Ítalo Calvino: p. 33)

Me encanta la descripción del mar como otro desierto. Así se presentará, seguramente, al marinero condenado a pasar semanas y hasta meses a bordo de una frágil embarcación, por más que a nosotros, que vivimos en tierra, se nos represente siempre como sinónimo de libertad y, sobre todo, de nomadismo, de viaje, de lo extranjero y exótico.

Megalópolis y ciudades humanistas.

Esta edición de Las ciudades invisibles incluye, como nota preliminar, la transcripción de una conferencia que Calvino dictara en la Universidad de Columbia (Nueva York) en 1983, donde el autor nos explica porqué no quiso escribir un libro apocalíptico de los muchos que ya existen:
La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza. La imagen de la "megalópolis", la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo, domina también mi libro. Pero libros que profetizan catástrofes y apocalipsis hay muchos; escribir otro sería pleonástico, y sobre todo, no se aviene a mi temperamento. Lo que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvancene continuamente, escondidas en las ciudades infelices.

(Ítalo Calvino: p. 15)
Se trata de una visión humanista de la ciudad, sin duda. Calvino imagina ciudades de todo tipo, pero serán siempre ciudades donde vivan seres humanos, ciudades construidas para el desempeño de las funciones que nos hacen humanos. De ahí el énfasis en el intercambio no sólo económico, sino también de ideas, sueños y deseos.

jueves, 23 de julio de 2009

Madrid, ciudad de los excesos.

El poema Madrugada en Madrid. Agosto, 1990, ilustra bien una ciudad donde caben todos los excesos:
Gran Vía noche arriba, florece la heroína en traje negro.
En las miradas sientes agujas sucias, pensiones de miseria,
ojos buscando no sabrías si tumba u otro cuerpo.
Tanta delgadez lunar florece en la Gran Vía,
tanto temblor de manos, tanta ruina de infección y
hambruna,
manchas cutáneas, acaso, sidosos fantasmas que murieron,
temor a casi todo, mientras la leche cael del tetrabric
abierto,
como ese último sueño de aferrarse a una norma...
Escuchas pillar algo. Hay un dolor tan denso subiendo
la Gran Vía, la enfermedad vagando, aliada del sexo,
y aquel muchacho en pantalones cortos, sucios, la chica
revestida
de huesos esqueléticos, dirías silicóticos peones gaseados.
La Gran Vía nocturna es un hondo pasillo de antracita,
y hay cuartos por detrás de agonizantes solos, sollozos y
rateros.
Bajo las casas nobles de principio de siglo —polvorientas—
africanos y yonquis, navajas, viejas putas,
jovencitos oscuros, jeringuillas, travestís y camellos
cantan la gloria opaca, la cochambre sin letra de este fin de
milenio macilento.

(Luis Antonio de Villena: pp. 139-140)

Las ciudades invisibles.

Serie de relatos de viaje que, supuestamente, Marco Polo hace a Kublai Kan, emperador de los tártaros. El emperador, melancólico y hastiado de un mundo que considera sin remedio, se embelesa con las historias del viajero imaginario sobre ciudadaes imposibles: una ciudad microscópica que va ensanchándose hasta terminar formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo... Algunos ven este libro como un auténtico poema de amor dedicado a las ciudades.

Ficha técnica:
Título: Las ciudades invisibles.
Autor: Ítalo Calvino.
Editorial: Siruela.
Edición: décimo-octava edición, Madrid, enero 2009.
Páginas: 171 páginas.
ISBN: 978-84-7844-415-1