
Technical description:
Title: Empire.
Author: Michael Hardt & Antonio Negri.
Publisher: Harvard University Press.
Edition: first paperback edition, New York (USA), 2001.
Pages: 478 pages.
ISBN: 0-674-00671-2
El congreso adoptó una resolución especial bajo el título "Sobre la desviación sindicalista y anarquista en nuestro partido", en la que se declaraba que la difusión del programa de la Oposición Obrera [una facción interna liderada por Alexander Shliapnikov y Alexandra Kollontai] era incompatible con la pertenencia al partido, así como una resolución general "Sobre la unidad del partido". Esta pedía "la completa abolición de todo fraccionalismo"; las cuestiones en disputa podían ser discutidas por todos los miembros del partido, pero quedaba prohibida la formación de grupos con "plataformas" propias. Una vez tomada una decisión, era obligatoria su obediencia incondicional. La infracción de esta regla podía conducir a la expulsión del partido. (...) Como decía Lenin, "en una retirada la disciplina es cien veces más necesaria". Pero la concesión a la organización central del partido de lo que en la práctica era el monopolio del poder tendría consecuencias de largo alcance. En el apogeo de la guerra civil Lenin había aplaudido la "dictadura del partido", y sostenido que "la dictadura de la clase obrera se lleva a la práctica a través del partido". El corolario que extrajo el X Congreso fue la concentración de la autoridad en los órganos centrales del partido. El congreso concedió a los sindicatos cierta autonomía frente a los órganos del Estado obrero. Pero el papel que debían representar venía determinado por el monopolio de poder conferido a la organización del partido.(E. H. Carr: La Revolución Rusa. De Lenin a Stalin. 1917-1929, p. 51).
"Porque la Belleza, Fedro, tenlo muy presente, sólo la Belleza es a la vez visible y divina, y por ello es también el camino de lo sensible, es, mi pequeño Fedro, el camino del artista hacia el espíritu. Pero ¿crees acaso, querido mío, que algún día pueda obtener la sabiduría y verdadera dignidad humana aquel que se dirija hacia lo espiritual a través de los sentidos? ¿O crees más bien (te dejo la libertad de decidirlo) que es éste un camino peligroso y agradable al mismo tiempo, una auténtica vía de pecado y perdición que necesariamente lleva al descarrío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos recorrer el camino hacia la Belleza sin que Eros se nos una y se erija en nuestro guía; sí, por más que a nuestro modo seamos héroes y guerreros virtuosos, en el fondo somos como las mujeres, pues lo que nos enaltece es la pasión, y nuestro deseo será siempre, forzosamente, amor: tal es nuestra satisfacción y nuestro oprobio. ¿Comprendes ahora por qué nosotros, los poetas, no podemos ser sabios ni dignos? ¿Comprendes por qué tenemos que extraviarnos necesariamente, y ser siempre disolutos, aventureros del sentimiento? La maestría de nuestro estilo es mentira e insensatez; nuestra gloria y honorabilidad, una farsa; la confianza de la multitud en nosotros, el colmo del ridículo, y el deseo de educar al pueblo y a la juventud a través del arte, una empresa temeraria que habría que prohibir. Pues ¿cómo podría ser educador alguien que posee una tendencia innata, natural e irreversible hacia el abismo? Quisiéramos negarlo y conquistar la dignidad, pero dondequiera que volvamos la mirada, nos sigue atrayendo. De ahí que renunciemos al conocimiento; pues el conocimiento, Fedro, carece de dignidad y de rigor: sabe, comprende, perdona, no tiene forma ni postura algunas, simpatiza con el abismo, es el abismo. Por eso lo rechazamos, pues, con decisión, y nuestros esfuerzos tendrán en adelante como único objetivo la Belleza, es decir, la sencillez, la grandeza, un nuevo rigor, una segunda ingenuidad, y la forma. Pero la forma y la ingenuidad, Fedro, conducen a la embriaguez y al deseo, pueden inducir a un hombre noble a cometer las peores atrocidades en el ámbito sentimental —atrocidades que su propia seriedad, siempre hermosa, condena por infames—; llevan, también ellas, al abismo. A nosotros los poetas, digo, nos arrastran hacia él, dado que no podemos enaltecernos, sino solamente entregarnos al vicio. Y ahora, Fedro, he de marcharme. Tú quédate aquí, y sólo cuando ya no me veas, márchate también".(Thomas Mann: La muerte en Venecia, pp. 91-92)
"¡La consigna es callar!", pensó Aschenbach irritado y tirando los periódicos sobre la mesa. "¡Hay que silenciar el problema!" Pero, al mismo tiempo, un sentimiento de satisfacción embargó su alma al imaginar la aventura en que iba a verse envuelto su entorno inmediato. Pues la pasión, al igual que el crimen, se aviene mal con el orden establecido y el bienestar de la vida cotidiana, y cualquier dislocación del sistema burgués, cualquier confusión o calamidad que amenace al mundo le resultarán forzosamente gratas, porque conserva una vaga esperanza de sacar provecho de ellas. Aschenbach sentía, pues, un oscuro regocijo por lo que bajo el manto paliatorio de las autoridades estaba sucediendo en las callejas de Venecia, por ese perverso secreto de la ciudad que se fundía con el suyo propio, el más íntimo, y que también a él le interesaba tanto guardar. Pues nada angustiaba más al enamorado que la posibilidad de que Tadzio se marchara, y no sin temor se daba cuenta de que, si esto ocurría, él no sabría ya cómo seguir viviendo.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, pp. 68-69)
Así, víctima de su extravío, no sabía ni quería oír otra cosa que perseguir sin tregua al objeto de su pasión, soñar con él en su ausencia y a la manera de los amantes, dirigir palabras tiernas a una simple sombra. La soledad, el país extranjero y la dicha de una embriaguez tardía y profunda lo animaban e inducían a permitirse, sin miedo ni rubor alguno, las mayores extravagancias. Como una noche en que al volver ya tarde de Venecia, no tuvo el menor reparo en detenerse ante la puerta de Tadzio, en el primer piso del hotel, apoyar su frente en ella y permanecer así largo rato, en un estado de embriaguez total, a riesgo de que lo sorprendieran en tan absurda postura.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 71)
Su belleza superaba lo expresable, y, como tantas otras veces, Aschenbach sintió, apesadumbrado, que la palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 65)
Sus ojos abarcaron la noble figura que se erguía allá abajo, en las lindes del azul, y en un arrebato de entusiasmo creyó abrazar la belleza misma con esa mirada, la forma como pensamiento divino, la perfección pura y única que vive en el espíritu y de la cual, para ser adorada, se había erigido allí una copia, un símbolo lleno de gracia y ligereza. ¡Era la embriaguez! Y, sin advertirlo, o más bien con fruición, el senescente artista le dio la bienvenida. Su espíritu empezó a girar, su formación cultural entró en ebullición y su memoria fue rescatando ideas antiquísimas que había recibido en su juventud y hasta entonces nunca había reavivado con fuego propio. ¿No estaba escrito que el sol desvía nuestra atención de las cosas del intelecto para dirigirla hacia la de los sentidos? Pues, según decían, hechizaba y entorpecía entendimiento y memoria a un grado tal que el alma, impulsada por el placer, olvidaba totalmente su verdadero estado, y, presa de admirativo asombro, permanecía atada a los objetos más hermosos que el sol alumbra; sí, sólo con la ayuda de un cuerpo era capaz de acceder luego aun plano de contemplación más elevado.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 57)
Muchas veces, cuando el sol se ponía detrás de Venecia, se sentaba en un banco del parque a contemplar a Tadzio, que, vestido de blanco y con un cinturón de color, se entretenía jugando a la pelota en el terreno de grava aplanada; y creía estar viendo a Jacinto, el joven condenado a morir porque dos dioses lo amaban. Sí, hasta llegó a sentir los dolorosos celos de Céfiro por el rival que olvidaba el oráculo, el arco y la cítara para jugar siempre con el bello mancebo...(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 63)
Nada hay más extraño ni más delicado que la relación entre las personas que sólo se conocen de vista, que se encuentran y se observan cada día, a todas horas, y, no obstante, se ven obligadas, ya sea por convencionalismo social o por capricho propio, a fingir una indiferente extrañeza y a no intercambiar saludo ni palabra alguna. Entre ellas va surgiendo una curiosidad sobre-excitada e inquieta, la histeria resultante de una necesidad de conocimiento y comunicación insatisfecha y anormalmente reprimida, y, sobre todo, una especia de tenso respeto.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 63)
Amaba el mar por razones profundas: por la apetencia de reposo propia del artista sometido a un arduo trabajo, que ante la exigente pluralidad del mundo fenoménico anhela cobijarse en el seno de lo simple e inmenso, y también por una propensión ilícita —diametralmente opuesta a su tarea y, por eso mismo, seductora— hacia lo inarticulado, inconmensurable y eterno: hacia la nada. Reposar en la perfección es el anhelo de todo el que se esfuerza por alcanzar lo sublime; y ¿no es acaso la nada una forma de perfección?(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 39)
El aspecto de la dama era frío y comedido, y tanto el arreglo de sus cabellos, ligeramente empolvados, como la hechura de su vestido, denotaban esa sencillez que determina el gusto dondequiera que la piedad es parte integrante de la distinción. Hubiera podido ser la esposa de un alto funcionario alemán.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 35)
Para que una obra espiritual relevante pueda tener sin demora una incidencia amplia y profunda, ha de existir una secreta afinidad, cierta armonía incluso, entre el destino personal de su autor y el destino universal de su generación. Los hombres no saben por qué consagran una obra de arte. Pese a no ser, ni mucho menos, conocedores, creen descubrir en ella cientos de cualidades para justificar tanta aceptación; pero la verdadera razón de sus favores es un imponderable: es simpatía.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 15)
... también desde una perspectiva personal, el arte es vida potenciada. Procura un goce más intenso, pero consume más deprisa. Imprime en el rostro de sus servidores las huellas de aventuras espirituales e imaginarias y, a la larga, engendra en el artista, por más que éste viva exteriormente inmerso en una paz conventual, cierta hipersensibilidad refinada, un cansancio y una curiosidad nerviosa que una vida colmada de gozos y pasiones turbulentas apenas conseguiría despertar.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 20)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".El viento de la noche gira en el cielo y canta.Puedo escribir los versos más tristes esta noche.Yo la quise, y a veces ella también me quiso.En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.La besé tantas veces bajo el cielo infinito.Ella me quiso, a veces yo también la quería.Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.Puedo escribir los versos más tristes esta noche.Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.La noche está estrellada y ella no está conmigo.Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.Mi alma no se contenta con haberla perdido.Como para acercarla mi mirada la busca.Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,mi alma no se contenta con haberla perdido.Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 88)
He ido marcando con cruces de fuegoel atlas blanco de tu cuerpo.Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta....(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 59)
Para mi corazón basta tu pecho,para tu liberad bastan mis alas.Desde mi boca llegará hasta el cielolo que estaba dormido sobre tu alma.Es en ti la ilusión de cada día.Llegas como el rocío a las corolas.Socavas el horizonte con tu ausencia.Eternamente en fuga como la ola.He dicho que cantabas en el vientocomo los pinos y como los mástiles.Como ellos eres alta y taciturna.Y entristeces de pronto, como un viaje.Acogedora como un viejo camino.Te pueblan ecos y voces nostálgicas.Yo desperté y a veces emigran y huyenpájaros que dormían en tu alma.(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 55)
Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellasque centellean como mi alma cuando te amo.Galopa la noche en su yegua sombríadesparramando espigas azules sobre el campo.(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 35)
Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,el viento las sacude con sus viajeras manos.(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 23)
Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,lento juego de luces, campana solitaria,crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,caracola terrestre, en ti la tierra canta!En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huyecomo tú lo desees y hacia donde tú quieras.Márcame mi camino en tu arco de esperanzay soltaré en delirio mi bandada de flechas.(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 19)
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,te pareces al mundo en tu actitud de entrega.Mi cuerpo de labriego salvaje to sacavay hace saltar el hijo del fondo de la tierra.(...)Pero cae la hora de la venganza, y te amo.Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!(Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, p. 11)
Trepo a un árbol que se yergue en la linde del prado, pero que podría estar perfectamente en el centro del pueblo, si es que no lo está. Me agarro firmemente a una de sus ramas con ambas manos y miro la iglesia del pueblo vecino, en cuya escalinata exterior una mariquita se limpia el ala derecha sobre el tercer peldaño.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 104).
En la guerra sólo caían hombres. Pero yo vi muchas mujeres tendidas en el campo de batalla con los vestidos en desorden y las piernas desolladas. Vi a mamá desnuda y congelada en Rusia, con las piernas desolladas y los labios verdes por las coles que le daban.Vi a mamá transparente de hambre, consumida y arrugada hasta debajo de la piel, como una muchacha exhausta, inconsciente.Mamá se había dormido. Cuando estaba despierta, jamás la oía respirar. Cuando dormía, roncaba como si aún tuviera el viento siberiano en la garganta, y yo me congelaba a su lado, convulsionada por sueños horribles.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 76)
La Madre de Dios tenía siempre el dedo índice levantado cuando yo me sentaba delante, en el banco de los niños. Pero la expresión de su rostro era amable, y yo no le tenía miedo. Todo el tiempo llevaba el mismo vestido largo azul claro y tenía unos labios rojos muy bonitos Y un día que el cura dijo que los lápices de labios se hacen con sangre de pulga y de otros bichos repugnantes, me pregunté por qué la Madre de Dios que había en el altar lateral se pintaría los labios. También se lo pregunté al cura, que me golpeó las manos con su regla hasta ponérmelas rojas y me mandón en seguida a casa. Estuve varios días sin poder mover los dedos.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 65).
El portón de la calle chirría. Entra papá. Ya está aquí. Hoy puede caminar recto. Papá no está borracho.Mi corazón palpita de alegría. Aguardo la noche. También hay miedo en la alegría. Mi corazón palpita de miedo en la alegría, de miedo de no poder seguir alegrándome, de miedo de que el miedo y la alegría sean la misma cosa.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 62)
Quise decir algo, pero tenía la boca tan llena de lenguas que no pude articular una sola palabra.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 56)
Mamá sólo cosía de noche, cuando la casa estaba limpia y en el patio hacía frío y había tanta noche que no se podía salir.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 57)
Por el empedrado van las madres en sus faldas regionales suabas cosidas con rollos enteros de tela, cuyos pliegues semejan al caminar esas copas de árboles que, despatarradas sobre los tejados, comprimen las casas contra la hierba y azotan el techo y rompen las tejas cuando sopla el viento. Las madres llevan pañuelos blancos y planchados bajo la cinta del delantal. Esa mañana se han levantado de sus camas para llorar, y han desayunado y almorzado para llorar.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 50)
Sólo en apariencia han superado sus hijas la indumentaria tradicional. Al moverse van desenrollando las telas de los trajes regionales suabos, y, pese a su flacura, sus cuerpos dan la impresión de no caber en esos trajes, de encontrarse fuera de las costuras. Pero sus cerebros llevan puesta esa indumentaria.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 51)
Chillidos de lagartijas en un nido que parece un puñado de barbas de maíz maceradas. A cada ratón desnudo le rezuman los ojillos viscosos. Patitas finas como hilos mojados. Dedos curvos.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 25)
Los gatitos que venían al mundo en invierno eran ahogados en un cubo de agua hirviendo, y los que nacían en verano, en uno de agua fría. Después eran enterrados, invierno y verano, en medio del estercolero.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 58)
Mi andar tenía en sí algo de las sábanas almidonadas de mi abuela. La primera noche que dormí entre ellas, crujían al menor movimiento y yo creí que era mi piel la que crujía.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 23)
La Bahía de San Francisco contaba con Berkeley, una de las universidades más superpobladas de los USA; con Haigh-Ashbury, uno de los barrios más jóvenes y excéntricos; con un puerto internacional de primer orden; con una ciudad abierta a todas las culturas, rica, con grandes parques, con San Bruno, San Mateo, Palo Alto, San José, San Carlos, San Leandro, Mill Valley, Marin County, y toda una interminable serie de pequeñas comunidades de una gran vitalidad cultural y con una diversa y amplia escena folk, que sirvió de base a la creación de un inmenso número de grupos de rock, que nacieron con la expresión propia y característica de la comunidad —Berkeley-San Francisco-Palo Alto— en la que se gestaron. (...)
Los Ángeles, por el contrario, era una ciudad-estudio, no sólo en lo referente al mundo cinematográfico, sino en el apartado de la industria del disco. (...) La ausencia de una universidad cercana con grandes masas revolucionarias, la inexistencia de precedentes musicales y literarios emparentados con la generación beat, y la insolidaridad de los dos grandes grupos culturales y raciales -mejicanos y angloamericanos- de la región, no hicieron de esta ciudad un centro vivo y auténtico de experiencias "enrollantes", sino que la industria se limitó a ir absorbiendo las distintas y sucesivas avalanchas revolucionarias, depurándolas, sofisticándolas y comercializándolas a nivel nacional e internacional, mientras que San Francisco se convirtió en la capital imaginativa a nivel comunitario y vivencial, quedando para Los Ángeles la capitalidad de la industria discográfica de California.
(Jesús Ordovás: pp. 18-20).
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(Rudy Rucker: p. 112)
Mucho antes de que se descubriera oro en California, pero sobre todo desde entonces (1848), la larga franja de valles, montañas y playas que se extiende desde Oregón a Mejico, se convirtió en sinónimo de "paraíso", creándose toda una leyenda sobre la belleza de sus paisajes, la fertilidad y riqueza de sus tierras, la benignidad de su clima y las casi infinitas posibilidades de realización humana que ofrecían las costas del Pacífico, conviniéndose a centrar en aquellas tierras emigrantes de todos los continentes que, aplicando métodos de explotación racionalizada, convirtieron al antiguo territorio mexicano en el Estado más próspero de la Unión, alcanzando en el curso del siglo XIX, y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, cotas de desarrollo agrícola, industrial y cultural envidiables con respecto al standard occidental.
(Jesús Ordovás: p. 8)