lunes, 10 de agosto de 2009

La idea de la Andalucía aletargada.

Rojas-Marcos apunta y dispara ya desde las primeras páginas del libro:
En términos relativos, en el reparto de cartas de este poker del poder, los andaluces estamos donde estábamos, con las mismas cartas que hace un cuarto de siglo.

(...)

Andalucía sigue en su letargo, subsidiada por quienes la quieren inactiva, enganchada a los fármacos de la dependencia y ensimismada por el encanto de sus privilegios naturales: clima, paisaje, tradiciones y, sobre todo, esa gran cultura del saber vivir. Mientras, la Historia moderna, la que determina el progreso material y social, le pasa de largo. Y nosotros, el Andalucismo que la puso en pie al principio de la Democracia, hemos sido incapaces de despertarla de nuevo.

(Alejandro Rojas-Marcos: pp. 27-29)

Se trata de una idea, sin duda, muy extendida entre nuestros conciudadanos. ¿Quién no ha oído hablar de las "redes clientelares" que supuestamente se extienden por toda Andalucía e impiden el desarrollo de nuestra región? Según estos comentaristas, si no fuera por la subyugación a que nos someten las élites, la poderosa creatividad andaluza saldría a la superficie y nos sacaría de nuestro secular atraso en un santiamén. Pero, claro, el problema está en las élites. Para unos (casi siempre quienes escriben desde la izquierda), estas élites despóticas se identifican con las fuerzas tradicionalistas de siempre: los latifundistas, el clero, el boticario, la Guardia Civil, la casta privilegiada de costumbre. Para otros (los de derechas), la democracia ha creado una nueva élite: la casta gobernante de los socialistas, que lleva ya casi treinta años en el poder y sólo se preocupa de asegurar su permanencia. Rojas-Marcos parece optar en este libro por una tercera vía y arremete contra ambas élites. O, lo que es lo mismo, arremete contra tirios y troyanos, culpa a todo dios del letargo andaluz que él mismo identifica y, a fin de cuentas, parece achacarlo todo a la falta de confianza de los ciudadanos en un andalucismo que no ha sabido ganarse el favor de los andaluces (aquí es únicamente donde se permite ciertas dosis de autocrítica, aunque nunca va demasiado lejos, la verdad).

Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto? Veamos. ¿Es cierto, en primer lugar, que Andalucía se haya quedado tal y como estaba durante estos últimos treinta años? Todo depende de las simpatías políticas de cada cual, supongo. Sí, Andalucía continúa estando situada en el furgón de cola en nuestro propio país, comparada con las demás autonomías. O, lo que es lo mismo, en términos relativos no hemos avanzado en demasía, al menos en lo que respecta a las principales estadísticas que suelen emplearse para este tipo de comparaciones (product interior bruto, ingresos per cápita, etc.). Sin embargo, tampoco puede decirse que nos hayamos quedado parados. Hemos avanzado en todos los aspectos, por supuesto, y la única razón por la que seguimos situados en el furgón de cola es porque el resto de las comunidades autónomas han avanzado igualmente. ¿Supone esto un fracaso? Quizá, pero supone un fracaso de la política de desarrollo seguida desde la Junta de Andalucía en la misma medida que supone también un fracaso de las políticas seguidas desde el Gobierno central o desde la propia Unión Europea. No nos engañemos. Es más, por desgracia, son pocas las regiones del mundo que han avanzado en término absolutos y relativos en las últimas décadas. Cierto, ha habido algunas y Rojas-Marcos las menciona en su libro (Irlanda, Corea del Sur, Singapur...), pero se trata de excepciones que confirman la regla. Además, se trata también de países que partían de una posición de subdesarrollo bastante extrema (caso de Singapur o Corea del Sur) o que cuentan con la ventaja de compartir lazos culturales y lingüísticos con el mundo anglosajón (caso de Irlanda). En fin, que las cosas son un poco más complejas de lo que Rojas-Marcos quiere hacernos ver. Los expertos en economía vienen discutiendo desde hace mucho tiempo cómo puede potenciarse el desarrollo económico, y ninguno ha sido capaz de ofrecer todavía ninguna receta mágica. No hay más que echarle un vistazo a las otras regiones más pobres de la UE para observar que prácticamente todas se encuentran en la misma situación que Rojas-Marcos critica en el caso andaluz.

En fin, que la retórica del letargo suena un poco demagógica, sobre todo viniendo de alguien que ha estado activamente implicado en la política desde los comienzos de la transición y podría haber hecho más para solucionarlo, se supone. Por un lado se critica la política que mantiene a Andalucía "subsidiada por quienes la quieren inactiva", pero por otro se monta la marimorena si alguien osa tocar los fondos de cohesión o el concepto de solidaridad interterritorial dentro del Estado español, momento en el que los andalucistas aprovechan siempre para lanzarse a la yugular del Gobierno de turno con argumentos anti-catalanistas de lo más manido. ¿En qué quedamos, pues? ¿Consideramos la inversión pública en nuestra región mero subsidio, soborno ligeramente disimulado, o, por el contrario, la vemos como derecho adquirido, reflejo de una política de solidaridad necesaria? Sí, ya sé, los fondos pueden invertirse en un lugar o en otro, en un sector económico o en otro. Pero el mismo Rojas-Marcos reconoce que sí se ha avanzado enormemente en infraestructuras de transporte durante estos años. ¿Quizá debiéramos haber invertido más en educación y formación de nuestra mano de obra? Quizá. Pero el esfuerzo inversor que se ha llevado a cabo en infraestructuras de transporte no puede descalificarse como mero "subsidio". En todo caso, habrá que ver qué es lo que propone Rojas-Marcos en este libro (ya lo discutiremos más adelante). Pero, de momento, me parece de vital importancia subrayar que el desarrollo económico de una nación o una región (lo que Rojas-Marcos seguramente denominaría "salir del letargo") implica algo más que aplicar unas determinadas políticas. Implica también la participación activa de la sociedad civil como tal. ¿Quién tiene la valentía de dirigirse a los ciudadanos y hacerles ver que también ellos han fallado durante estos años, que podrían haber hecho más, que en última instancia la responsabilidad de una sociedad vibrante y una economía sólida está en sus manos, y no en las del Gobierno de turno?

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