lunes, 17 de agosto de 2009

Una estrategia para el despegue.

Y llegamos por fin a las últimas páginas del libro, donde Rojas-Marcos adelanta un esbozo de solución a los problemas que ha ido describiendo en las páginas precedentes:
Ante esta situación general, la solidaridad que precisa Andalucía no se circunscribe sólo a transferencias de renta. La política exclusiva de subvenciones y ayudas no hace más que retrasar nuestro desarrollo...

Lo que necesitamos es corregir el desequilibrio territorial básico, la desigualdad en los factores clave de generación de riqueza: educación, infraestructuras -especialmente de comunicación- y tejido empresarial innovador autóctono. Necesitamos llegar a ser una economía productiva con dinamismo propio, no subsidiada ni marginal.

Más allá de estas consideraciones, en el fondo de esta desigualdad se esconde la causa última que sólo nosotros podemos remediar: la falta de ambición, algo que nadie puede prestarnos.

(Alejandro Rojas-Marcos: p. 129)

Una vez más, tampoco se trata de nada nuevo. Que el mero subsidio no es la solución a nuestros problemas, ¿quién lo pone en duda? ¿Significa eso que debiéramos renunciar a las ayudas del Estado y la Unión Europea? Los andalucistas desde luego serían los primeros en poner el grito en el cielo y sacar a la palestra el concepto de solidaridad. ¿Qué hacer, pues? Cierto, tenemos que transformar nuestra estructura económica y social, dice Rojas-Marcos. Debemos pasar por una transición que nos permita reducir el peso de los sectores tradicionales de nuestra economía (agricultura, turismo...) y fomentar aquellos otros sectores donde se crea mayor valor añadido. Estupendo. Una vez más, ahí creo que estamos todos. El problema, por supuesto, es cómo hacerlo, y ahí es donde Rojas-Marcos tiene bien poco que ofrecer, salvo unas cuantas recetas genéricas que ya conocemos todos sobradamente. Habla de "una intervención pública deliberada" para fomentar el paso de un modelo económico al otro, movilizando recursos, seleccionando a aquellos individuos con mayor talento y exigiendo calidad. En fin, un magnífico listado de generalidades que seguramente sonarán bien a todos los andaluces y andaluzas, pero que no entra jamás a exponer ideas concretas.

Peor aún, Rojas-Marcos parece ignorar que dicha transformación de nuestra estructura económica tendrá inevitablemente consecuencias sociales, generando unos ganadores y unos perdedores claros. ¿Cómo piensa él afrontar ese otro problema? ¿Qué sucederá con la Andalucía rural, la que tanto tiene invertido en el sector de la agricultura? ¿Y qué decir de los efectos que dicha transformación pueda tener en nuestra identidad, que en un principio debiera ser algo de vital importancia para un nacionalista como él?
Yo no tengo problema alguno con el programa que expone, pero él parece obviar no sólo las dificultades para llevarlo a cabo (que van mucho más allá, por supuesto, de la supuesta indiferencia de los gobernantes socialistas, como implica el autor), sino también las consecuencias que tendrá para millones de andaluces que no tendrán más remedio que reciclarse a marchas forzadas. Nada de eso merece siquiera una reflexión en el libro. En su lugar, prefiere sumergirse en la retórica al uso:
Entre las cosas esenciales que debe hacer el Gobierno andaluz es fraguar un pacto con las fuerzas políticas sobre las líneas maestras de la estrategia global, que garantice su continuidad a largo plazo, gobierne quien gobierne.

Pero debe, además, negociar las condiciones salariales, fiscales, de flexibilidad laboral y horaria, así como los objetivos de inversión en áreas prioritarias, para que Andalucía pueda competir con ventaja para captar las inversiones, la tecnología y el talento que necesita atraer del exterior. No basta con la paz social de la mediocridad, que garantice la tranquilidad de que todo quede como está para los instalados de la sociedad, mientras un tercio de esa sociedad se queda al margen.

(Alejandro Rojas-Marcos: pp. 134-135)

Muy cierto todo, pero se trata de generalidades con las que difícilmente nadie puede estar en desacuerdo. El problema, por supuesto, está en los detalles: ¿de qué condiciones salariales y fiscales habla? ¿A qué tipo de flexibilidad laboral y horaria se refiere? Peor aún: ¿cómo se implementa? ¿Por decreto? No escondo mi preocupación de que un PSOE demasiado dependiente de sus apoyos electorales en las zonas rurales esté perdiendo a pasos agigantados la capacidad política de llevar a cabo este tipo de transición de nuestro modelo económico, pero hecho en falta asimismo cierta valentía por parte de Rojas-Marcos a la hora de reconocer bien a las claras que dicho programa tendrá consecuencias negativas sobre una buena parte de la población, que tendrá que adaptarse a las nuevas circunstancias. En otras palabras, no leo en ningún sitio que hable de sangre, sudor y lágrimas, ni tampoco que demande sacrificio alguno de andaluces y andaluzas, cuando todos sabemos que las consecuencias de dicho programa de transformación requiere esos sacrificios.

Por último, hay un punto que me parece de extraordinaria importancia, a pesar del hecho de que Rojas-Marcos sólo lo menciona de pasada: nada de esto será posible sin la ambición de todos los andaluces y andaluzas. Y, en este sentido, creo que bien poco puede aportar el andalucismo. Si algo nos sobra en nuestra tierra es precisamente esta conciencia narcisista que nos lleva a pensar demasiado a menudo que somos el centro de la creación, el lugar donde mejor ha prosperado la filosofía del saber vivir (como el propio Rojas-Marcos indica en el libro en un par de ocasiones). Teniendo esto presente, ¿quién piensa que el nacionalismo vaya a poder romper las cadenas de la autosatisfacción que vienen lastrando nuestro desarrollo desde hace tanto tiempo? Personalmente, sólo veo como posibilidad de futuro la apuesta por un proyecto de modernización que nos saque del estupor autocomplaciente. Y esto, desde luego, no es posible desde los esquemas de un nacionalismo que tiene la necesidad de fomentar precisamente eso, la autocomplacencia, el narcisismo.

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