martes, 3 de noviembre de 2009

La transferencia de tecnología y los obstáculos al desarrollo.

Buena parte de las teorías del desarrollo capitalista se han fundado en la idea de que es posible fomentar la transferencia de conocimiento técnico y científico (incluyendo, entre otras cosas, el conocimiento de los mecanismos de producción y todos los saberes relacionados con éstos). Sin embargo, Sacristán apunta la dificultad de transferir dichos conocimientos:
...los discursos sobre transferencia son bastante vacíos, porque la operación así mentada es en rigor imposible, ya que toda ciencia ha de arraigar profundamente en la sociedad que la cultiva.

(Manuel Sacristán: p. 39).
Mucho me temo, sin embargo, que Sacristán no se ajusta a los hechos. La transferencia de tecnología y los conocimientos técnicos y científicos puede ser bien difícil, qué duda cabe, pero no imposible. De hecho, se ha producido en diversos momentos históricos: el Japón de la Restauración Meiji durante el siglo XIX, por ejemplo, o el increíble proceso de modernización protagonizado por Taiwan o Corea del Sur en la segunda mitad del siglo XX. Tanto uno como otro suponen, sin duda, ejemplos de desarrollo económico claramente opuestos a las predicciones del pensamiento marxista ortodoxo. Es por ello, quizá, que Sacristán prefiere barrerlos bajo la alfombra. Si acaso, el problema me parece que debe ser planteado de una forma completamente diferente: en primer lugar, no todos los países subdesarrollados podrán seguir el ejemplo japonés o surcoreano; pero, segundo, buena parte de la transferencia de conocimiento que se está produciendo desde que se relanzara con todo vigor el proceso de globalización del capitalismo una vez desaparecido el bloque soviético va de la mano de la implantación de grandes multinacionales en dichos territorios, en lugar de consistir en el desarrollo de un capitalismo propiamente nativo. Cierto, países como China o la India han vivido un periodo de vigoroso desarrollo económico, pero otro tanto cabe decir de México hasta mediados o finales de los años noventa, pero en cuanto la mano de obra mexicana se encareció y se pudieron encontrar mercados laborales más baratos y flexibles que además ofrecían la promesa de convertirse también un mercados de consumo de enorme poder adquisitivo (es decir, la India y China), el capital de los países desarrollados no tuvo problema alguno abandonando al amigo mexicano para invertir en otros lares. ¿Quién garantiza que lo mismo no sucederá en China y la India? Quizá la cuestión no es tanto si la transferencia de tecnología es posible o no, sino más bien si los cambios que dicha transferencia pueda introducir en la estructura económica de los países en desarrollo van a mantenerse a largo plazo o, por el contrario, el capital internacional va a optar simplemente por trasladarse a un nuevo mercado en busca de costes laborales aún inferiores.

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