martes, 20 de julio de 2010

El amor por encima del temor a la epidemia.

La epidemia se extiende por la ciudad y las autoridades, como era de esperar, reaccionan acallando las noticias para que no es extienda el pánico entre la población:
"¡La consigna es callar!", pensó Aschenbach irritado y tirando los periódicos sobre la mesa. "¡Hay que silenciar el problema!" Pero, al mismo tiempo, un sentimiento de satisfacción embargó su alma al imaginar la aventura en que iba a verse envuelto su entorno inmediato. Pues la pasión, al igual que el crimen, se aviene mal con el orden establecido y el bienestar de la vida cotidiana, y cualquier dislocación del sistema burgués, cualquier confusión o calamidad que amenace al mundo le resultarán forzosamente gratas, porque conserva una vaga esperanza de sacar provecho de ellas. Aschenbach sentía, pues, un oscuro regocijo por lo que bajo el manto paliatorio de las autoridades estaba sucediendo en las callejas de Venecia, por ese perverso secreto de la ciudad que se fundía con el suyo propio, el más íntimo, y que también a él le interesaba tanto guardar. Pues nada angustiaba más al enamorado que la posibilidad de que Tadzio se marchara, y no sin temor se daba cuenta de que, si esto ocurría, él no sabría ya cómo seguir viviendo.

(Thomas Mann: La muerte en Venecia, pp. 68-69)

La atracción hacia Tadzio (¿el amor por la belleza, por la esencia misma del arte?) se sitúan por encima incluso del terror a la enfermedad. Nada de ello importa si Aschenbach puede continuar viendo a su amado a diario.

He aquí otra clara descripción de su sentimiento amoroso hacia el joven efebo:
Así, víctima de su extravío, no sabía ni quería oír otra cosa que perseguir sin tregua al objeto de su pasión, soñar con él en su ausencia y a la manera de los amantes, dirigir palabras tiernas a una simple sombra. La soledad, el país extranjero y la dicha de una embriaguez tardía y profunda lo animaban e inducían a permitirse, sin miedo ni rubor alguno, las mayores extravagancias. Como una noche en que al volver ya tarde de Venecia, no tuvo el menor reparo en detenerse ante la puerta de Tadzio, en el primer piso del hotel, apoyar su frente en ella y permanecer así largo rato, en un estado de embriaguez total, a riesgo de que lo sorprendieran en tan absurda postura.

(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 71)

Síntoma claro de enamoramiento, por supuesto.

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