Trepo a un árbol que se yergue en la linde del prado, pero que podría estar perfectamente en el centro del pueblo, si es que no lo está. Me agarro firmemente a una de sus ramas con ambas manos y miro la iglesia del pueblo vecino, en cuya escalinata exterior una mariquita se limpia el ala derecha sobre el tercer peldaño.(Herta Müller: En tierras bajas, p. 104).
Son momentos como éste los que le haven sonreír a uno y hacen sin duda meas llevadero el resto del libro, tan cruel, tan negro, tan deprimente en su tono y contenido. Pese a todo, se trata de una buena obra. Eso sí, una obra que refleja bien a las claras un mundo sin esperanza, frío y desolado como se imagina uno la Rumania de Ceausescu.
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