Su belleza superaba lo expresable, y, como tantas otras veces, Aschenbach sintió, apesadumbrado, que la palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla.(Thomas Mann: La muerte en Venecia, p. 65)
He ahí el sino de todo arte: esforzarse por expresar lo inexpresable. Como bien afirma Mann, a lo más que puede llegar es a reproducirlo de una forma más o menos fiable.
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