jueves, 23 de julio de 2009

El amor es deseo de hermosura.

Amor consumido por la concupiscencia:
¿Merecerá la pena tanta búsqueda inútil?
Rebuscar claridades entre piernas y pelo
cual quien codicia gema entre ríos de fango.
Sentir desastre tanto mientras la boca besa,
adorar y reptar sinuoso por cinturas que arden,
helarse en fuego rubio, flamear en desierto tartáreo,
probar que es eso, pero poner la mano en gélido basalto,
y linguar maravilla mientras se hunden las naves...
¡Han sido tantos los cuerpos, el esplendor, la procela,
el volcán, la esmeralda, tanta consunción para buscar
la luz, que, estragado, el corazón no tiene ya más llama!
Pero hay que llegar a una alta frontera, subir aún más,
gastar la vida en ese ígneo ideal, donde dos ojos negros
entrelazan un alma. Y estarse allí, hasta que no haya nada.
Pugnando siempre por asir lo imposible. Querubínico afán
que te asola y exalta, dejando apenas un rocío en los
labios...
¿Mereció el vivir? Así que cuando morimos, descansamos.

(Luis Antonio de Villena: p. 108)

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