lunes, 9 de junio de 2008

Sobre el legado de Tony Blair y la ingratitud de la política.

Leo lo siguiente en el libro de Philip Stephens y no me queda más remedio que reflexionar sobre lo ingrato de la política:
Tony Blair será recordado como el primer ministro que reconstruyó la organización constitucional británica: reformando la Cámara de los Lores, permitiendo alcaldes electos para Londres, incorporando la Ley de la Convención Europea de Derechos Humanos y, sobre todo, devolviendo el Parlamento a Escocia.

(Stephens: p. 117)

No estoy de acuerdo con el autor. Me temo que al final, guste o no, Tony Blair va a ser recordado por haber llevado al Reino Unido a participar en la guerra de Irak de la mano de George W. Bush. Y eso a pesar de que la gestión de Blair durante sus años al frente del Gobierno británico puede considerarse, en líneas generales, como bastante brillante: bonanza económica, acercamiento a la Unión Europea (cierto, no tanto como a lo mejor les hubiera gustado a muchos europeístas, pero sin lugar a dudas su política no puede caracterizarse como euro-escéptica), democratización de la política local en Londres, descentralización del poder mediante la devolución de poderes (esto es, la creación de parlamentos y gobiernos en Escocia, Gales e Irlanda del Norte), modernización de los servicios públicos tras años de abandono bajo los gobiernos conservadores, firma del tratado de paz en Irlanda del Norte que puso punto y final al terrorismo del IRA, reforma del sistema político británico para modernizarlo mediante los cambios introducidos en la Cámara de los Lores, etc. Pero nada de esto parece tener importancia alguna en vista de su polémica toma de posición apoyando a George W. Bush en la cuestión iraquí. Supongo que únicamente se apreciará su gestión cuando pasen los años y queden atrás historias y resquemores.

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