domingo, 8 de junio de 2008

Sano pragmatismo.

El adjetivo pragmático, cuando se aplica a la política, no siempre tiene buena prensa. Todo depende del contexto. Si estamos hablando del fanatismo de ciertos dirigentes, lo pragmático suele salir a la palestra con una luz positiva. Por el contrario, si el objetivo de la discusión es criticar las ambiciones de poder de tal o cual político, el pragmatismo siempre equivale a hipocresía o sometimiento de las ideas propias a unos intereses ocultos. A Blair, como a Felipe González, no hay más remedio que definirlo como eminentemente pragmático.
Blair me explicó su enfoque durante una serie de conversaciones que mantuvimos en 1996. Las grandes batallas ideológicas de la política del siglo XX habían acabado, dijo. "La gente mirará con perspectiva nuestro siglo y dirá que, en cierto modo, era una aberración: que había una guerra a muerte por la ideología". La política del siguiente siglo se centraría "menos en distinguidos enfrentamientos ideológicos y más en los valores que apuntalan los gobiernos, los objetivos del gobierno y la política que puede aplicar". Su ambición, añadió, era claramente la de Keir Hardie, uno de los fundadores del laborismo: ampliar las oportunidades y crear una sociedad más justa. La diferencia, para él, era la siguiente: "Me gusta meter en el mismo saco la política de izquierdas y la de derechas y sacar la que más se adecua al objetivo. Francamente, no me importa que una empresa sea de propiedad pública o privada si se cumple el objetivo de una sociedad más cohesionada. No siento ninguna lealtad por los viejos límites de izquierda-derecha".

(Stephens: p. 92)

Si definimos pragmático como centrado en los resultados, soy un firme partidario del mismo
. No hay nada que me irrite más que el fanatismo ideológico y la excesiva rigidez a la hora de buscar soluciones a los problemas de la gente. Nuestras sociedades son demasiado complejas para que podamos aplicar un compendio de recetas sin más. No queda más remedio que estudiar los problemas, analizarlos, discutirlos, buscar posibles soluciones, proponerlas, llevarlas a cabo y, finalmente, evaluarlas para comprobar hasta qué punto cumplieron sus objetivos. La política ideologizada representa todo lo contrario: se parte de una idea preconcebida, de un sistema filosófico que explica la realidad y luego se intenta interpretarlo todo a la luz de dicho sistema. En otras palabras, ofrece la solución antes de sentarse a estudiar el problema siquiera. En este sentido, estoy plenamente de acuerdo con Blair: si nuestro interés es mejorar la educación de las futuras generaciones y hacerlo de tal manera que se garantice la justicia social y el mayor grado de oportunidades posible para todos, el mecanismo que nos ayude a lograr dicho objetivo es completamente secundario. Si podemos conseguirlo mediante el monopolio público de la educación, pues bien; si se facilita, por el contrario, con la privatización completa de la educación, pues bien también; y si, finalmente, es el sistema mixto el que más nos acerca al objetivo que nos marcamos, pues eso será lo que hay que hacer. En definitiva, todo menos imponer los prejuicios ideológicos de cada cual.

Ahora bien, donde ya no tengo tan claro que Blair tuviera razón es en su predicción de que el siglo XXI vería una política donde los distingos ideológicos perderían importancia en favor de un análisis de objetivos y políticas aplicadas para la consecución de aquéllos. Que la ideología se vaya debilitando poco a poco me parece bien posible (sobre todo si nos referimos a las posiciones ideológicas heredadas del siglo XIX), pero que los ciudadanos pasen a plantearse su voto según las políticas concretas de cada partido ya me parece mucho más difícil. Por el contrario, me parece mucho más probable que los ciudadanos continúen basando su voto en multitud de factores que tienen bien poco que ver con el análisis objetivo y racional de la gestión y los programas: cuestiones de imagen, preferencias personales por tal o cual candidato, tradición familiar, identificación con una u otra cultura política, reacciones a la situación política concreta en el momento del voto, etc.

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