jueves, 5 de junio de 2008

Estatismo versus individualismo.

Sin duda, el gran debate ideológico del siglo XX (aparte de la disputa entre democracia y totalitarismo, concluido con la caída del Muro de Berlín en 1989, por más que algunos aún no hayan sabido asimilar su fin) fue el que enfrentaba a las posiciones estatistas de la izquierda con el individualismo de la derecha.
Tanto liberales como conservadores reconocían la aspiración individual. El tema era cómo avanzar mejor. Los conservadores veían el gobierno, en casi todas sus formas, como opuesto a las libertades individuales. Era un mal necesario, pero que necesitaba frenarse de vez en cuando. El joven político laborista creía que el principio rector de un partido moderno de centro-izquierda era que las personas prosperaban en comunidades sólidas. El estado podía y debía ser amigo del individuo, una fuente de seguridad en un mundo que cambia rápidamente. Margaret Thatcher había acertado en casi todo en los años ochenta, sobre todo en la economía de mercado. Pero se había equivocado al elaborar la idea de sociedad. Por su parte, el Partido Laborista había perdido su argumento por defecto. En opinión de Blair, había confundido el concepto de comunidad con la idea de un estado centralizado fuerte.

(Stephens: p. 71)

Tenemos planteado aquí, una vez más, el tema del zoon politikon de que hablábamos ayer. En buena medida, la posición que uno adopte con respecto a este tema dependerá de sus opiniones sobre la disputa entre individuo y sociedad, una de esas cuestiones eternas del pensamiento político que seguramente jamás se resolverá satisfactoriamente. Ahora bien, me parece correcto pensar, como hace Blair, que el laborismo británico hasta tiempos bien recientes había confundido el concepto de comunidad con un Estado hipertrofiado y omnipresente. Se trata de una concepción del papel del Estado que en buena parte ya había sido abandonada por los socialdemócratas alemanes (así como los escandinavos o los holandeses) hacía mucho tiempo, y que también dejaron en la cuneta los socialistas españoles y franceses a principios de los años ochenta. Sin embargo, los laboristas británicos, quizás porque no tenían responsabilidades de poder, aún andaban demasiado apegados a un estatismo anticuado.

Pero, ¿quiere todo esto decir que no haya más opción que elegir entre uno de los dos bandos, el estatismo o el individualismo? Precisamente ahí es donde entra Blair a defender una posición que, una vez más, ya había sido adoptada en la Europa continental con anterioridad: el individuo per se, como algo absolutamente independiente de la sociedad en la que vive y desarrolla su actividad, es una pura entelequia; pero precisamente debido a la presencia de una conciencia individual en el ser humano que no existe en otros animales, tampoco es conveniente proponer su sometimiento a la comunidad. No queda, pues, más remedio que optar por un camino intermedio siempre bien difícil de concretar. Podemos llamar a esto Tercera Vía, socialismo liberal, socialdemocracia o lo que se quiera, pero me parece evidente que es la mejor opción posible. Se trata, además, de una opción también adoptada por la democracia cristiana.

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