miércoles, 4 de junio de 2008

Influencia de Macmurray y el comunitarismo cristiano en Blair.

No me ha sorprendido nada leer que la vocación política de Tony Blair estuvo siempre unida, ya desde los comienzos, a una firme convicción cristiana. Esto no es nada extraño en el mundo anglosajón, donde uno puede encontrarse sin problemas a figuras bien representativas de la izquierda que compaginan su fe (casi siempre) cristiana con un íntimo anhelo de justicia social, algo que a nosotros nos resulta más bien extraño debido al histórico entramado de intereses políticos y económicos que casi siempre unió a la Iglesia con la élite de los poderosos por estos lares. Pues bien, según leo en el libro de Philip Stephens, la inspiración teológica de Blair siempre estuvo bastante cercana a la figura del pastor cuáquero y filósofo comunitarista John Macmurray (se puede encontrar un interesantísimo artículo sobre sus ideas aquí). Stephens pasa a hacer un breve resumen de la filosofía de Macmurray que merece la pena citar aquí:
Su idea principal era el concepto de comunidad: la creencia de que la realización personal depende de la asociación con otros y de la confianza. Macmurray desafió la visión entonces en boga de que las sociedades están totalmente definidas por los individuos que las componen. Argumentaba que la relación era precisamente la contraria: los individuos se forman por su relación con el resto de la comunidad en la que han crecido. La familia era fundamental para este modelo, porque ponía los cimientos para unas redes más amplias, de las que dependen las sociedades sólidas.

(Stephens: p. 36)

Se trata de la vieja reivindicación aristotélica del hombre como animal político (zoon politikon) que recorre el pensamiento político occidental desde sus inicios hasta nuestros días, al menos en su vertiente más socializante. Junto a esta corriente, existe también otra más centrada en el individuo, por supuesto, y que cobró una importancia destacada a raíz del éxito electoral de figuras como Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los años setenta y ochenta, y que pudo entenderse en buena medida como la necesaria reacción a lo que fueron ciertos excesos colectivistas de la izquierda, sobre todo en el caso británico. A finales de los setenta, estaba bien claro que el colectivismo soviético había fracasado (el final espectacular del experimento comunista no llegaría hasta 1989, pero ya hacia 1973 estaba bien claro que la URSS de Breznev distaba mucho de ser la solución a los problemas que el mundo tenía planteados), pero además se habían notado ya los primeros problemas serios con un Estado del Bienestar demasiado esclerotizado y burocratizado. En otras palabras, la década de los ochenta empujó a las sociedades occidentales en la dirección opuesta, hacia el individualismo exarcebado. Pues bien, el comunitarismo apareció en este contexto durante los noventa como un tercer camino entre los excesos del colectivismo sovietizante y del individualismo neoliberal. Tanto el movimiento de los New Democrats como el de New Labour han de interpretarse en este contexto y se tratan, en principio, de tendencias con las cuales me identifico. No obstante, aún he de dedicarle algo de tiempo al estudio de los autores comunitaristas y sus propuestas para hacerme una idea clara de cuál es mi posición con respecto a ellos, pues creo identificar en algunos de sus postulados una propensión a la política identitaria que no comparto para nada.

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