Llegamos al alba, aún bajo las luces de la noche que se extinguía, y al arrojarme a la cama pensé que de poco servía amar y haber consumido noches y más noches dando más de la mitad del alma a otro. Todo llegaba a su momento de entropía, a su punto muerto. Ahora sentía paletadas de tierra amarilla sobre mi cabeza, en una fosa llena de cal viva y cal muerta. De pronto mi vida con ella parecía tan insufrible que me daban ganas de jugar a la ruleta rusa. Su mirada de asco hacia mí llenaba de oscuridad las estaciones del pasado, las ciudadaes a las que llegábamos al alba, los amigos que habíamos ido dejando por el camino, todo.
(Jesús Ferrero: Balada de las noches tristes, p. 241)
Esa misma sensación se ve acrecentada apenas dos páginas más allá:
Felizmente la ruptura se ha consumado, la ruptura espacial, que es la que importa, y he aquí que al fin se halla sola, en una hermosa cama que huele a sábanas limpias, respirando con un placer que hace mucho no experimenta, abierta a la vida y a todos [sic] las embestidas del destino, abierta a hombres que se deslizan por la noche como vampiros exquisitos, que tienen algo de vertiginosamente femenino en su forma de acariciar, que son suaves, elegantes, decididos... O todo lo contrario: hombres duros como diamantes, algo enloquecidos pero profundamente románticos y muy ágiles y zalameros en la cama. O quizá hombres anónimos, en habitaciones de hotelpara una sola noche, o dos... Hombres, hmbres, hombres. Cualquier hombre en realidad menos yo, encarnación en ese momento del espíritu de la pesadez.
(Jesús Ferrero: Balada de las noches tristes, p. 243)
Triste final de una historia de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario